lunes, 9 de noviembre de 2009

MARY AND MAX

No me cabe la menor duda de que Adam Elliot es el mejor guionista de animación que hay ahí fuera. Me duele y me decepciona a partes iguales que Mary and Max no se alzara con el galardón al mejor largometraje en Sitges a pesar de las muchas virtudes de la ganadora, Summer wars. Estoy absolutamente enamorado de ella, ningún largometraje de animación (y he visto ya unos cuantos) me ha hecho sentir lo que éste, ninguno me ha dado tanto. Hay películas que no mueren cuando la pantalla se oscurece, sino que salen del cine contigo y se quedan a vivir dentro de ti una temporada. No dejan de hablarte ni un minuto, continuamente te hacen ver y reparar en aspectos de la realidad y de tu propia vida de los que antes no eras consciente. Se instala en ti la desconcertante, incómoda, pero a la vez maravillosa certeza de que lo que acabas de ver te ha cambiado la vida y de que no te abandonará nunca. Es una impresión muy personal con la que no espero que nadie sintonice; sólo puedo decir que esto es justo lo que sentí después de ver Mary and Max. Un internauta en imdb definió esta película con una frase mejor de lo que yo podría hacerlo en cien párrafos. Me parece que dio en el clavo cuando escribió que es "una celebración de la diferencia". Lo mejor y lo más sorprendente de todo es que sabía de antemano con qué me iba a encontrar. Habiendo visto los cortometrajes anteriores del director australiano (Uncle, Cousin, Brother y Harvie Krumpet), me esperaba algo parecido sólo que trasladado al formato del largo, y la verdad es que no erré lo más mínimo. Empezaré diciendo que Harvie Krumpet, la obra que le valió el Oscar a Adam Elliot, es uno de mis cortos favoritos. Es rara la lista con los mejores cortometrajes de todos los tiempos en la que su nombre no aparece. Con él, Adam Elliot cerraba y culminaba a la vez una tetralogía inciada con Uncle y continuada con Cousin y Brother. Las virtudes de los tres primeros trabajos crecían y se magnificaban exponencialmente en el cuarto, que significaba la culminación triunfal y perfecta de un modo de entender el cine de animación, de una sensibilidad particularísima y un tanto marginal, muy poco frecuente, y de una escritura inteligente y afilada, y al mismo tiempo tierna, doliente y muy humana. Puedo pensar en algunos cortometrajes muy buenos, pero en ninguno que haya conseguido despertar en mí el mismo tipo de sentimientos que Harvie Krumpet. Pues bien, Mary and Max es a Harvie Krumpet lo que Harvie Krumpet a Uncle, Cousin y Brother. Así de sencillo. No es otra cosa que el paso evolutivo lógico. Cuando una fórmula alcanza la perfección en un formato, hay que saltar a otro, a ser posible, más grande, más complejo y con mayor repercusión. Si uno consigue alejarse un poco del árbol y se sitúa a una distancia suficiente como para ver el bosque, nota sin mucha dificultad que, en realidad, la estructura narrativa de Mary and Max es muy sencilla. Primero, sólo hay dos protagonistas: una niña de ocho años extremadamente sensible que vive en Melbourne y un adulto de cuarenta y cuatro años que lleva una vida solitaria y gris en Nueva York. Los personajes secundarios tienen una presencia bastante etérea y pasan casi inadvertidos y, cuando no lo hacen, terminan siendo barridos de una manera u otra de la escena. Segundo: el desarrollo es lineal, y se articula sobre la correspondencia epistolar que mantienen la niña y el adulto a lo largo de la historia, que nos conduce de un lado del globo a otro, de un personaje a otro, de réplica a contraréplica, como si de una partida de ping pong se tratara. Por si esto fuera poco, al ser una relación por carta, casi todo no ses narrado mediante voz en off (como en todos sus cortos, especialmente Harvie, que cuenta con la maravillosa voz de Geoffrey Rush y que aquí eché de menos), siendo los diálogos más bien escasos. Entonces, ¿dónde está lo bueno? Muy sencillo: la escritura es endiabladamente buena. A muchos niveles: por la caracterización y definición de los protagonistas, que son de largo dos de los personajes con mayor riqueza psicológica que hayan transitado jamás el cine de animación; por su comportamiento ante las situaciones en las que a menudo se ven arrojados y por su forma de reaccionar ante ellas; por cómo se va tejiendo la relación entre Mary y Max; por la cantidad de líneas inolvidables y de gran calado emocional que hay a lo largo de la película; por su infinito ingenio: a la hora de crear imágenes absurdas y cómicas, a la hora de crear a los personajes, de recrear el universo y el pensamiento de una niña y el de un adulto totalmente fuera de lugar, y por la forma de confrontarlos y de complementarlos sin aspavientos ni artificios; por su ingenio a la hora de expresar los sentimientos de los protagonistas, de forma cómica unas veces y desgarradora otras, pero siempre con sencillez y honestidad... Y así podríamos seguir hasta mañana. Después de haber escrito bastantes pamplinas al respecto, puedo afirmar que Mary and Max es verdadero cine de animación para adultos. Del bueno, de aquel que es percibido como sofisticado sin que pretenda serlo en absoluto. Adam Elliot es un guionista como la copa de un pino. Se puede decir más alto pero no más claro. Posee una sensibilidad y un ingenio fuera de lo común. Es capaz de tomar todo aquello que los demás no quieren, lo más sucio, lo más retorcido y desangelado, y construir con todo eso una historia vibrante, profunda e intensa, que pasa de la tristeza sin fondo a la alegría vital con la facilidad y la brillantez que ya sólo conservan los clásicos. Una maravilla como Mary and Max habría sido inconcebible de no existir Adam Elliot. Pocas cosas mejores se pueden decir de un artista.

1 comentario:

Anónimo dijo...
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