lunes, 12 de octubre de 2009

METROPIA

Creo que lo peor que puede decirse de un largometraje de animación es que, si se hubiera rodado en imagen real, el resultado hubiera sido el mismo. Esto justo lo que pasa con Metropia. "La belleza es una carta de presentación que nos gana los corazones de antemano", escribe Schopenhauer. Metropia se ganó, si no nuestro corazón, sí al menos nuestra atención, por su peculiar estética: por un lado, esos rostros de rasgos sabiamente manipulados, que resultan un 95 % humanos. Ese 5 % restante, el de la diferencia, despierta una sensación a medio camino entre el rechazo y la repugnancia, porque nos dice que lo que vemos no es del todo humano, sino una imitación perversa y grotesca que se vale de unos ojos desorbitadamente grandes para hipnotizarnos y recrear la ilusión de humanidad (de nuevo los ojos como recurso expresivo predominante, como en Madame Tulip, aunque bastante distante en cuanto al tono y al resultado). Por otro lado, la peculiar técnica de animación, que parece ser el resultado de rodar a los actores y después, previa manipulación digital de las proporciones del cuerpo, animar el rostro, las extremidades y el torso de manera independiente para recrear la técnica de animación de siluetas (cut-out). Protoones lo explica mejor: "El proceso consiste en fotografiar personas reales, modificarlas digitalmente, descomponerlas en piezas y animarlas como si se tratara de animación cut-out. La estética, con rostros de facciones acentuadas y con ambientes oscuros, consigue además mostrarnos de forma acertada este futuro opresivo". La técnica resulta novedosa aunque remotamente familiar, pues la distorsión de los rasgos humanos a partir de la imagen real no es algo del todo novedoso, recuerdo el videoclip de Moby, Dream about me, que hace lo propio con un gatito, Aerials, de System of a down, o aquel anuncio para Playstation de hace unos años en el que aparecía una chica con trenzas que tenía unos ojos anormalmente grandes. Sea como fuere, le resultado es bastante llamativo y resume muy bien una de las dos bazas técnicas de Metropia desde el punto de vista de la animación: la distorsión/ acentuación de los rasgos faciales y de las proporciones del cuerpo; cabeza demasiado grande en comparación con el resto del cuerpo, y ojos demasiado grandes en comparación con el rostro. La segunda baza es la animación de la figura humana, que imita la animación de recortables. El resultado en su conjunto es bastante desconcertante. Los rostros son escasamente expresivos y desaprovechan por completo las posibilidades dramáticas que la exageración de los rasgos faciales ofrece; sea porque el director haya optado por la inexpresividad o bien porque no se ha sabido sacar el debido rendimiento, lo cierto es que resulta bastante difícil identificarse y sentir la más mínima empatía por unos personajes que apenas transmiten emociones mediante el lenguaje no verbal (corporal, facial...), tan importante en el cine de animación (una animación siempre podrá ser infinitamente más expresiva que un actor de carne y hueso por el simple hecho de que no comparte sus limitaciones físicas). La imposibiliadad de identificarse con el protagonista aniquila por completo el interés del espectador. Es un recurso más pertinente en el cine experimental, y no parece que Metropia entre en esta categoría, ya que de haberlo hecho no se habría montado una historia tan rebuscada y difícil de creer (todo el leitmotiv del champú resulta bastante difícil de creer, del todo cómico). El argumento, un enésimo refrito de la distopia orwelliana, es débil y famélico, y su desarrollo peca de simplismo; huérfano de contundencia y complejidad, el engendro muere a los pocos minutos. Sencillamente, Metropia aburre. Sólo una cosa destaca, y es la atmósfera sucia y gris, fruto de una buena combinación de la fotografía y la manipulación digital para los escenarios. Para fanáticos de la animación y/o ciencia ficción distópica.