martes, 13 de octubre de 2009

IN THE ATTIC OR WHO HAS A BIRTHDAY TODAY?

El gran aporte de Jan Svankmajer, al margen de su obra cinematográfica, ha sido el de constituirse, involuntariamente, no ya sólo en el puente perfecto entre el cine checo moderno y su extraordinaria nómina de animadores clásicos, verdadero orgullo y tesoro de incalculabe valor de la cinematografía mundial (Karel Zeman, Hermina Tyrlova y Jiri Trnka), sino también el de haber arrojado un robusto brazo de ardiente luz sobre otros cineastas, otros animadores, cuyo trabajo jamás habría trascendido las fronteras de su país si no no hubiera sido asociado al nombre de Svankmajer. No sólo lleva su nombre varias décadas brotando de los labios de los connaisseurs del cine de animación, sino que además ha captado la atención de artistas tan diversos (aunque de una sensibilidad ciertamente próxima) como Terry Gilliam, Grant Morrison o los hermanos Quay (aunque, al contrario de lo que se suele decir, los últimos deben más a Jan Lenica o a Waleryan Borrowczyk que al checo). Ha sido gracias a él, a su particular concepción del stop motion y a su aliento inequívocamente surrealista, factores que convergen en el estudio exhaustivo y alucinado de la vida de los objetos (moderno, pero profundamente clásico, pues ya Hermina Tyrlova se decida a animar objetos, así como Wladyslaw Starewicz hace lo propio con insectos), que muchos han vuelto la vista al cine checo y, al rastrear los antecedentes de Svankmajer, han descubierto la gruta subterránea que conduce al tesoro de los clásicos checos. Jiri Barta es uno de esos cineastas que han salido felizmente beneficiados por los efectos colaterales que la fama de Svankmajer ha traído. La obra de Barta se desarrolla principalmente durante el periodo del régimen comunista. Una vez concluido éste, sorprendentemente, su producción se frena en seco; algo similar le ocurrirá también a Yuri Norstein. Contemporáneo de Svankmajer, su producción es menos prolífica pero más ecléctica. Comparten el gusto por los objetos (sería un bonito tema de estudio el surrealismo en la Europa del Este aplicado a su cine de animación, principalmente Polonia, República Checa y la extinta U.R.S.S.), un uso muy particular del sonido (acentuado, magnificado, casi siempre aplicado a los objetos o las funciones más primitivas del cuerpo, a las necesidades físicas, comer y beber, sobre todo) y los espacios sórdidos y desangelados como escenarios para sus historias. No obstante, en Barta hay cierto humor naive y un componente irónico prácticamente inédito en Svankmajer (que a menudo peca de solemne), que terminan por desembocar en un cierto optimismo en sus historias o, como mínimo, en una pincelada de humor blanco absolutamente sincero y generoso, desprovisto de la gravedad que a veces lastra a su compañero. No es este el lugar ni el mejor momento para un comentario pormenorizado de la obra de Barta. Todo sus cortos son recomendables, pero personalmente me inclino por Zaniklý svet rukavic (The vanished world of gloves, 1982), tal vez el mejor y, desde luego, el más original e ingenioso, y por Klub odlozenych (The club of the laid off, 1989), el más llamativo y divertido. Sin embargo, es en el terreno del largo en el que Barta brilla con potentísma y personalísima luz; y he aquí lo más sorprendente, pues, hasta In the attic, solamente había rodado un largometraje. Krysar (1986), así se llama su primer largo, es con todo derecho una obra de culto del cine de animación. En este aspecto, la obra de Barta no tiene absolutamente nada que envidiar a la de Svankmajer. Krysar, una reescritura de El flautista de Hamelin, es un trabajo que oscila entre los grotesco y lo fascinante, entre el impulsivo gruñido cavernícola y la primorosa precisión de la miniatura tallada en madera. Un cuento mudo que reverbera con los ecos expresionistas de El ganibete del doctor Galigari y las formas de la mejor escuela de animación eslava. Su apariencia, decididamente feísta y bizarra; sus modales, rabiosamente vanguardistas y grotescos; su corazón, el de cuento moralizante con moraleja sádica y cruel. Después Barta se embarcó en un nuevo proyecto, su segundo largometraje, basado en la figura mítica del Golem. La falta de fondos lo obligó a abandonarlo. Todo quedó en una especie de trailer de escasos seis minutos que sólo sirve para ponernos los dientes largos. Es imposible emitir un juicio basándose en tan escaso material, pero, a juzgar por lo que se ve, queda claro, como mínimo, que The golem tenía visos de estar destinado a convertirse en otro hito de la animación, por encima incluso de Krysar (fotograma bajo estas líneas). Y así llegamos a Na pude aneb Kdo má dneska narozeniny? (In the Attic or Who Has a Birthday Today?, 2009), su segundo y hasta la fecha último largo. Una obra bastante más convencional, "comercial", dirigida al público infantil. Y a luz de esta última frase, que no es una apreciación personal sino un resumen aproximado de la sinopsis ofrecida en el programa de Sitges, uno no puede, una vez vista la película, sino asombrarse un poco y notar cuán alejadas están las sensibilidades de dos audiencias (Este/Oeste) educadas en un culturas y tradiciones cinematográficas distintas. Lo primero que pensé era que difícilmente In the attic puede considerarse un producto comercial, no al menos como se entiende por estos lares, es decir, diseñado para funcionar en la taquilla. Me cuesta imaginar el largo de Barta estrenándose en los cines de centro Europa y Europa del Este y a las familias acudiendo en masa para verlo; dejo fuera de la cuestión el Oeste de Europa, porque está claro que aquí será ("sería" es más correcto) carne de festivales y de filmoteca. Pero esto es sólo un prejuicio, es probable que me equivoque de cabo a rabo, al fin y al cabo, tampoco hay demasiadas diferencias entre esta cinta y la Coraline de Selik (no al menos en cuanto al espíritu). Para mí, In the attic no deja de ser un producto nostálgico y marginal, que sólo por su guión puede aspirar a la categoría de cine infantil y, por ende, tal y como se entiende hoy en día este sintagma, comercial. Por eso me cuesta entender que The golem no encontrara los fondos necesarios para ver la luz y que, sin embargo, lo haya hecho este largo amparado en la inversíomil coartada de su viabilidad comercial (infantil, de nuevo). Y salto de aquí al punto más conflictivo: el guión. (Fotograma de The golem bajo estas líneas). O tal vez debería decir la forma de contar la historia. ¿Estamos realmente preparados para entender la comedia y el humor eslavo? "¿No me río porque no lo entiendo o simplemente porque no tiene ninguna gracia?", era una pregunta que no dejaba de hacerme durante la proyección. Creo que es Robert McKee en su libro El guión quien afirma que los alemanes carecen de humor y que por eso nunca han destacado en la comedia. Sea cierto o no, lo que es innegable es que desde Fritzlang hasta Tarkovski pasando por Bergman, Bela Tarr o Herzog, por citar lo primero que se me viene a la cabeza, el cine de Europa del Este (o a partir de Alemania), no ha destacado por el cultivo de la comedia sino más bien todo lo contrario, el drama más desgarrado y descarnado. Trágicos son también la mayoría de los grandes escritores rusos que han cruzado con mayor éxito nuestras fronteras y, en el terreno de la animación, aunque es cierto que mi generación fue expuesta a una buena dosis de animación del Este, no menos lo es que los recuerdos más profundos e indelebles de aquella época están jalonados de historias de corte nostálgico; las carcajadas venían casi siempre de otros lares. Ivan Maximov puede resultar cómico, pero se debe más al sentimiento de estrañeza que despierta en el espectador que al humor y la gracia entendidos desde una perspectiva más latina. In the attic no deja de ser una comedia de aventuras destinada a los más pequeños, como lo pueda ser, a su manera, Toy Story; pero mientras ésta bebe de una tradición cómica de sobra conocida para nosotros, que arranca en el cine mudo del gag, continúa con Disney y los clásicos de la animación y se alimenta también de las formidables aventuras para toda la familia de los ochenta (Regreso al futuro, Los goonies, Gremlins, E.T., El chip prodigioso...), In the attic tiene otros referentes prácticamente desconocidos para el público occidental: George Pal, Aleksander Ptushko, Karel Zeman, Jiri Trnka... De ahí que no me quede demasiado claro que si estamos ante un problema de cultura cinematográfica o, mucho más profundo, de cultura vital (me inclino por ésta). Y después de este (innecesario) introito... Pues, por un lado, la animación de In the attic no luce demasiado brillante para el ojo familiarizado con la animación eslava. Correcta, incluso pobre a veces, pero poco más; inferior, por ejemplo, a los Fimfarum o a One night in one city, por no hablar de El sueño de una noche de verano de Trnka, que sigue sin tener parangón en esto del stop motion en cuanto a suntuosidad y virtuosismo técnico. Para el ojo no familiarizado, sin duda resulta curioso ver todos esos objetos en plena efervescencia psicomotriz. A destacar el elenco de protagonistas, variopinto y sospechoso donde los haya: un primo lejano de Mr. Potato, un ratón con unas orejas prestadas de Mickey Mouse, un oso que bien podría ser un trasunto de Paddington Bear o Winnie the pooh (o el osito Misha, bien es sabido que el oso es un animal muy presente en la cultura rusa, que se lo pregunten si no a Putin), una muñeca de rizos rubios no muy diferente de la Alicia de Svankmajer, o una marioneta de corte quijotesco conocida como "Mr. Handsome" y que está sacada directamente del personaje de Mefisto en el Fausto de, de nuevo, Svankmajer. La película introduce algunos personajes de carne y hueso (además del villano, una cabeza untada en betún que de nuevo me trajo a la mente algunos fotogramas de Svankmajer, tal vez Fausto) que, si bien no llegan a interactuar con los protagonistas animados (el mundo "mágico" y el "real" nunca llegan a la intersección, quedándose todo en la mera tangencia, leitmotiv y recurso de un buen puñado de películas infantiles), sí que ejercen una cierta influencia indirecta sobre ellos. Esta mezcla de real y animado es casi tan vieja como el cine de animación eslavo, y puede rastrearse en títulos tan tempranos como The new gullliver y The golden key, ambos de Ptushko, o The emperor and the nightingale de Trnka. Debo decir que In the attic me resultó aburrida. No tardé en perder el interés por una historia que ni me iba ni me venía, con un desarrollo que me resultó un tanto caótico y sincopado, falto de golpes y de giros. Del conjunto, rescato un par de detalles: dos escenas, con conato de número musical incluido, que por un momento me hicieron recordar al Barta de The club of the laid off en la medida en que recreaban una fiesta desenfada y grotesca (con tufillo a Pesadilla antes de navidad); y un par de detalles de indiscutible artesanía y altura poética: el primero, unas sábanas viejas y arrugadas para recrear el flujo de un río que se desborda (el agua es siempre un elemento particularmente difícil de animar), el segundo, mejor, unas almohadas que flotan suspendidas como si fueran nubes y que derraman las plumas de su vientre como si de nieve cayendo se tratara. Hermoso.