sábado, 17 de octubre de 2009

PANIQUE AU VILLAGE

Los cuatro gatos que asistimos a la proyección de Panique au village nos lo pasamos como enanos. No conocía prácticamente nada de la serie original, así que todo aquello me pilló un poco por sorpresa, aunque debo decir que el teaser que encontré en la página del festival me animó a comprar una entrada (lo contrario también ocurrió en más de una ocasión) y que no me arrepentí en absoluto. En una breve sesión de preguntas tras la proyección, los autores explicaron que el concepto de la serie nace de su aficción a visitar el mercado en busca de muñecos como los que podemos ver en la serie, y también de la popularidad del western en Bélgica. Ese fue el punto de partida. De ahí se pasó a la serie de televisión y, después de unos años, el salto a la gran pantalla. Revelan los autores que el proceso de producción fue especialmente largo y laborioso. Dos años se invirtieron en la creación de los escenarios y de los objetos. Los muñecos usados para Panique au village no son, al contario de lo que pueda parecer en un principio, articulados. La animación se consigue sustiyendo, de una toma a otra, la figura del personaje en cuestión por otra de idéntica apariencia pero en una postura diferente. Esto obliga a crear una gran cantidad de versiones de un mismo personaje. Según los autores, la cifra alcanzó los 1.500 muñecos (no pude evitar recordar The new gulliver). Creo que la laboriosidad y la enorme paciencia necesaria para sacar adelante semejante proyecto están fuera de toda duda. Lo que más me llamó la atención fue el tiempo invertido en el guión. He leído que fueron tres años, pero juraría que allí en vivo dijeron seis. En cualquier caso, es poco frecuente que se dedique tanto tiempo a la escritura en un largometraje de animación. Raro caso este en que los autores son conscientes de la necesidad de estudiar cuidadosamente la narración, la mejor forma de contar una historia, cuando se pasa del formato episódico al de la narración larga (y cuando no se pasa también, el largo es un terreno especialmente difícil en la animación). He leído varios comentarios que acusan a la cinta de ser excesivamente larga o simplemente incapaz de mantener el interés durante todo el metraje, sugiriendo que la historia no daba para un largo. Debo decir que en ningún momento tuve esa impresión. Por supuesto, es una apreciación muy subjetiva, pero me pareció una película muy bien llevada, y prueba de ello es que se alzara con el premio de mejor largo animado infantil en Sitges. Se distingue una primera parte que surge de una anécdota que crece poco a poco hasta alcanzar dimensiones surrealistas (como en la serie, dicen los que la han visto), y una segunda que nace de la primera y la enriquece, que vira hacia el cine de aventuras con toques de cifi serie B (esos científicos forzudos del robot pingüino son impagables), pero que no por ello se aleja de ese humor absurdo, absolutamente blanco, fresco y afable, que rezuma cada segundo de Panique au village. Ese humor troglodita pero infensivo, basado en lo imprevisible y en lo irreal, patrimonio de la infancia, que tiene algo (o mucho) de teatro del absurdo (Ionesco, Jarry, Arrabal...) es, en mi opinión, la seña de identidad de la cinta y lo que la distancia y la eleva sobre la mayoría de sus contemporáneos, y todo ello sin renunciar a su vocación de divertimento, a su manera sofisticado, con vocación familiar. Sucede a menudo en la ficción (especialmente la animada) que lo absurdo suele convertirse en la puerta de entrada de lo grotesco, de lo vulgar y del mal gusto. No es este el caso. Hay que reconocer que estos belgas hilan muy fino y que se han ganado un lugar en mi videoteca, en mi memoria y en mi corazón. Para gente despierta y para aquellos que quieran volver a sentirse ingenuos. Tres hurras por el humor limpio y sin dobleces. ¡Seamos indios y vaqueros!