lunes, 27 de septiembre de 2010

TENGEN TOPPA GURREN-LAGANN



Citius altius fortius. "Más rápido, más alto, más fuerte", ese parece ser el lema de la serie de Gainax. El estudio asentado en Koganei (Tokyo) volvió por sus fueros allá por 2007, haciendo lo que mejor se les da, a saber, mezclar en una potente coctelera de diez mil turbinas la comedia, los mechas, el shonen y la ciencia ficción dura. 

El "estilema" Gainax es inconfundible cuanto se trata de malear el vil metal (el de los mechas). Las claves que cimentaron el éxito de ese hito en la historia del anime que fue Top o Nerae! Gunbuster (1988) están presentes en Gurren-Lagann, como también lo estuvieron en Die Buster (2004) y, en menor medida y con matices, en Nadia (1990) y Evangelion (1995), o incluso en Magical Shopping Arcade Abenobashi (2002): un conflicto a nivel sideral, un misterioso enemigo venido del espacio, imponentes robots, ciudades arrasadas, adolescentes introvertidos, la humanidad amenazada, personajes unidos por fuertes lazos sentimentales, una chica que esconde un oscuro pero revelador pasado, conceptos aplicados de la física cuántica, piedra de toque la cifi dura (la Teoría de cuerdas, los agujeros negros, la ruptura del continuo espacio-tiempo, universos paralelos...), metafísica, iconografía religiosa, la raza humana vista como un ente peligroso para el equilibrio del propio universo... Todo esto y mucho más sometido al frenético balanceo de un columpio que oscila entre la comedia y el drama con una velocidad, una persistencia y una radicalidad mayor que en cualquiera de las anteriores obras del estudio.  

Toda la serie es una magnífica y monumental hipérbole. Tomando la espiral como punto de partida, la historia desarrolla el concepto aplicado a múltiples niveles de sentido. Desde el más evidente, el material (los taladros, y de ahí en ascensión directa hasta los mechas imposibles de la batalla final), hasta el plano último y superior de lo metafísico, que lo engloba y aprehende todo. Se expone en él la idea de que la fuerza de las razas "espirales", encarnada acertadamente en nuestra estructura del ADN, reside en su poder para cambiar el universo, de evolucionar, cifrado en su capacidad reproductora, vista, a su vez, como fruto del amor. En otras palabras: el amor mueve el universo. Bonito, ¿no? Pensemos en Vértigo de Hitchcock y en todo el partido que el autor saca de la fobia que padece el protagonista y que da título a la película. Con mucha cautela, se podría afirmar que Gurren-Lagan hace algo parecido: toma un concepto aparentemente sencillo y apunta, desarrolla y explota todos sus matices y posibles aplicaciones. De tan sencillo lo hace Gainax que a poco que lo pensemos se nos puede quedar cara de tontos (de paso, algo similar con espirales hace el mangaka Junji Ito en su Uzumaki).   


La serie, además, atesora otra gran virtud, y es la de la narración escalada como herramienta para construir el clímax y para elaborar una serie de giros ascendentes que sorprenden de continuo al espectador. Así, la historia (y la información) está estructurada en tres segmentos o arcos argumentales. El primero comprende los quince primeros episodios y constituye toda una serie en sí mismo. A continuación tenemos el clásico episodio recopilatorio a modo de paréntesis, y de ahí se retoma la historia y a los personajes siete años después. Esta segunda parte, que nace de un giro inesperado que ya se apuntaba al final de la primera, se divide en dos mini arcos. El primero, breve, directo, mantiene aún el peligro y la acción dentro de los límites terráqueos, aunque apunta ya a las distancias cósmicas que se extienden más allá de nuestro cielo. El segundo, continuación directa del anterior, da un paso gigantesco, ejecuta el "más difícil todavía". No sólo termina por disparar la trama hasta límites insospechados, rayanos en lo metafísico, sino que además catapulta la acción hacia el infinito de los abismos siderales. Lo que produce más satisfacción al llegar al final de este periplo de veintisiete episodios es que, volviendo la vista al reducido ámbito de acción del principio de la historia, las cosas cobran sentido y parecen encajar perfectamente. Se presiente que todo tiene un porqué.     

Hay una cosa que Gainax hace mejor que nadie y que me enamora por encima de la suma del resto de sus virtudes. En los puntos álgidos de máxima tensión épica, cuando nos encontramos en un punto muerto en el que todo parece irremediablemente avocado a estallar en pedazos, los creadores nos sorprenden con un inesperado e improbable momento de quietud lírica. Los verdaderos sentimientos de los protagonistas, aquellos que han permanecido ocultos la mayor parte del tiempo, asoman a la superficie de la forma más dulce posible en la medida en que el contexto lo permite. En ese justo instante, la alambicada estructura de mechas invencibles, ciclópeas naves sembradas de cañones, dimensiones siderales y universos paralelos, se desmorona,  sucumbiendo al empuje de los sentimientos verdaderos. Al final, lo que los chicos de Gainax intentan decirnos es que, en el fondo, sólo quieren contarnos una historia de personas sencillas que,  abrumadas por el peso de sus propias circunstancias, adolecen, penan y, a veces, también mueren, en la búsqueda de su propia felicidad.