viernes, 11 de mayo de 2007

LANZAMIENTOS: FAUSTO, HAIR HIGH Y PIOTR KAMLER

Zonadvd anuncia la continuación de la colección Maestros de la Animación con dos nuevos títulos: Fausto, de Jan Svankmajer, tal vez la mejor obra del animador checo, y Hair High, de Bill Plympton.
Por su parte, la web http://www.catsuka.com/ anuncia un dvd que recopila varios trabajos de Piotr Kamler, autor de Chronopolis. Saldrá a la venta el 16 de este mismo mes.

lunes, 30 de abril de 2007

LA MEDIDA EXACTA DE LA ANIMACIÓN

En la declaración de principios de cartoonclasico, magnífico blog sobre animación que recomiendo encarecidamente, su autor delimita el marco en el que se moverán sus futuras entradas: el cartoon clásico americano, que sitúa entre el primer cortometraje sonoro, Steamboat Willie (1928), y los últimos días del cine de animación de estudio, Huckleberry Hound Show, Hanna-Barbera (1958). Esto me hizo pensar en algo que, en principio, puede parecer evidente, y es que los orígenes del cine de animación están ligados al cortometraje. Comento esto porque existe la tendencia inconsciente entre la mayoría a asociar la animación con el largometraje o con la serie de televisión, como si fueran estos sus formatos más representativos, cuando lo cierto es que resulta ser más bien lo contrario. Las razones del cortometraje como formato inicial de creación/ difusión son más o menos obvias: económicas, de dificultad y laboriosidad, de tiempo y, especialmente, porque tal fue el camino del cine de imagen real en sus inicios, al que el cine de animación está ligado, como constatan los primeros trabajos en este campo, ya sean mediante el stop-motion más primitivo de Meliés o de Segundo de Chomón, el rotoscopio de Dave Fleischer en su serie Out of the inkwell, en la que introducía un personaje animado en un mundo de imagen real, o su reverso, la serie Alicia, creada por un joven Walt Disney, en la que una niña de carne y hueso se desenvolvía en un mundo animado; o los juegos visuales de las vanguardias europeas, valgan Walter Ruttman, Vicky Eggeling o el Ballet mécanique de Fernand Léger.
Alice solves the puzzle (Walt Disney, 1925)
En qué momento el cortometraje pasó a segundo plano, es difícil de precisar. Lo cierto es que hasta finales de los 80/ principio de los 90 ( esto es más una impresión de la memoria que sólo compartirán los de mi generación), los cortos de la Warner o de Hannah Barbera, algo menos los de Disney, eran bastante frecuentes en la televisión española. El Pato Lucas, El Oso Yogi, Don Gato, El Coyote y el Correcaminos, La Hormiga Atómica, Super Ratón, Scooby Doo, Popeye y un largo etcétera dominaban la programación infantil. Es cierto que el anime ya había entrado en nuestras vidas, ya fuera Marco, Heidi, Mazinger, Candy Candy o alguno de los que quedan por citar, pero el verdadero boom del anime en televisión no fue hasta los 90. Hasta ese momento, la animación americana dominaba la pantalla, era un formato mucho más ligero y asequible en todos los sentidos que el de las series japonesas, que no dejaban de verse, en su conjunto, como historias de corte sentimentaloide con una fuerte carga dramática y una trama que se extendía durante decenas de episodios, de más de 20 minutos cada uno, y que obligaban a seguirlos día tras día para no perder el hilo.
Lo cierto es que, desde una perspectiva global, podríamos afirmar que lo que caracteriza la animación televisiva americana frente a la japonesa es el desarrollo de la trama; mientras que en la primera domina la anécdota, que no ofrece ningún tipo de continuidad argumental (cada episodio es una historia aislada, una unidad narrativa autoconclusiva, el desarrollo de una anécdota, más propia de un cortometraje, hasta el formato de la teleserie, de unos 20 minutos; lo que ocurre en un episodio no tiene ningún tipo de repercusión en los siguientes, es más, es como si nunca hubiera ocurrido), en la segunda estamos ante una trama novelesca (probable herencia de la narrativa del manga, o mejor, de Tezuka, ya que, en sus inicios, la mayoría de las series japonesas eran adaptaciones de mangas de éxito) en toda regla que comienza en el primer episodio y continúa desarrollándose y creciendo, de forma más o menos coherente, hasta el último (esto no es del todo cierto, con frecuencia se recurre las historias autoconclusivas al inicio de la serie para familiarizarnos con los personajes y el entorno y luego se pasa a tramas de varios episodios hasta la “traca final” con la que concluye; aunque la verdad es que durante la serie, aunque sea de forma velada, se ha hecho referencia a personajes y hechos que forman parte de la trama global que abarca todos los episodios y que cobra su sentido último en el tramo final. Cowboy Bebop es un buen ejemplo de todo esto). Dejando a un lado otros hechos como que las series japonesas suelen atenerse al formato de 26 o 13 episodios y que no suelen ajustarse a la “temporada” de las americanas (hay excepciones, claro, en ambos lados), la gran diferencia, estriba, a mi parecer, en la memoria, memoria histórica (entendiendo el pasado como lo que ha ocurrido en la serie hasta el capítulo de ese día), si se quiere. Al contrario que los personajes americanos, los japoneses no sólo recuerdan, sino que además actúan en consecuencia porque son conscientes de que sus acciones tendrán consecuencias futuras en el devenir de la trama de la serie. La memoria también tiene que ver con la muerte y con el pathos. Es difícil identificarse con un personaje que no recuerda porque carece de identidad alguna, lo que lo incapacita para sentir la tragedia del destino y de la continuidad causa-efecto, de las consecuencias de cada acción. De alguna manera, está castrado emocionalmente. Esta “amnesia” impide el desarrollo de una trama extensa y, por tanto, de la acción dramática. El personaje no sufre porque no recuerda, eso es la comedia televisiva grosso modo. América escoge la anécdota, el personaje no recuerda, es más, no envejece, no cambia, sabemos que siempre estará ahí, inmune al paso del tiempo (como ya señala Umberto Ecco a propósito de Superman en su archiconocido por estos lares de la cultura popular/ pop Apocalípticos e integrados). Japón escoge el drama, y los personajes no sólo sufren y se desesperan, sino que además cambian, envejecen e incluso mueren, real como la vida misma, de ahí la identificación plena entre el espectador y el personaje, pues aquél es consciente en todo momento de que, tal vez, su alter ego ya no aparezca en el próximo episodio. No me atrevería a decir que esto último es un reflejo de la concepción efímera de la belleza y del mundo, tan presente en el arte y en la filosofía vital de los japoneses, el mono no aware, pero lo dejo ahí por lo que pueda pasar. Por supuesto, esto último es una reducción un tanto simplista, ya que pueden encontrarse numerosas excepciones, pero creo que, en líneas generales, la cosa no va demasiado desencaminada.
Con respecto al tema del formato, lo cierto es que, dejando a un lado la relación entre los orígenes de la animación y el cortometraje, mi reflexión se centra básicamente en dos aspectos: el primero, el hecho de que el cortometraje de animación, que en principio era un medio artístico de difusión popular, esto es, cinematográfica y/o televisiva, ha sido desterrado de estos dos ámbitos de difusión y ha quedado, especialmente en Europa, relegado a un formato de corte experimental, al que sólo se puede acceder, de forma casi exclusiva, a través de festivales de animación (o de la red, claro). Es un producto más adecuado para entendidos que para el gran público, aunque sólo sea por sus vías de acceso. El segundo aspecto consiste en una pregunta muy simple: ¿Cuál es la medida exacta de la animación? Es decir, ¿cuál es el formato ideal, el cortometraje, el largometraje, la serie de televisión, el/ la OVA...? Habrá quien diga que cada formato responde a unas necesidades distintas, que cada uno tiene sus ventajas e inconvenientes, etc. Pero lo cierto es que hay quien se aleja de los relativismos y se decanta por alguno de ellos. Miyazi afirma que el cortometraje es formato ideal porque proporciona una gran libertad creativa y no tiene los inconvenientes del largometraje (de tiempo, económicos, técnicos, comerciales, burocráticos, etc.). Por su parte, Giannalberto Bendazzi, en su 110 años de cine de animación, escribe: “(...) los animadores, producen, ante todo, cortometrajes”, y más adelante afirma: “los largometrajes de animación no suelen tener grandes cualidades artísticas”. Por último: “Las series animadas de televisión deben analizarse en el marco de la historia y de la teoría de este medio y están , por tanto, excluidas casi por completo de este trabajo”, es decir, que no se las considera cine de animación propiamente dicho. Mi opinión coincide con lo expuesto, creo que el cortometraje es el formato ideal para el cine de animación, ya que permite una libertad creativa, ya sea técnica y/o temática, que difícilmente puede darse en el largometraje o en la serie, demasiado sujetos a exigencias económicas y comerciales. Me atrevería a ir más lejos, y a sugerir que la duración del corto, como media, son los cinco minutos. Lo suficiente como para entretener, experimentar y cautivar sin llegar al hastío. Hay demasiados cortometrajes que fracasan por intentar perpetuar una historia o un experimento más allá de lo aconsejable, sólo en los casos en lo que se tiene una historia que contar, es decir, un buen guión (Hoshi no Koe, Cat Soup..), o que éste se combine con una excelencia técnica y formal capaz de fascinar al espectador (Tale of Tales, Hotel E...), es recomendable sobrepasar este límite de duración.

miércoles, 28 de marzo de 2007

ESTRENOS, AZUR Y ASMAR Y SHIGERU SUGIURA

El sello Track Media continúa su colección de Maestros de la Animación con dos nuevos títulos de Karel Zeman (aquí). Por su parte, Divisa Home Video nos trae Hi no Tori 2772: Ai no Cosmozonev, de Osamu Tezuka.

Destacar el estreno hace unas semanas en nuestras pantallas de Azur y Asmar, la última película de Michel Ocelot, más conocido por estos lares por su Kirikú y la bruja. Después de verla, no me cabe la menor duda de que estamos ante uno de los mejores largometrajes europeos de los últimos años (cosa, por otra parte, no demasiado difícil) y uno de los más hermosos de la historia de la animación. Vayan a verla si tienen en estima Die Abenteuer des Prinzen Achmed, Paradise de Ishu Patel o 1001 Noch de Karel Zeman. Vayan a verla por que sí, por que les mola una tía, o simplemente para ahorrarse trescientos euros, o porque sospechan, como yo, que Tarantino ha escrito el anuncio de la campaña de la Dirección General de Tráfico.

Lo que sigue no tiene nada que ver con la animación, pero ahí va: el otro día, navegando por una página francesa de venta de manga y anime me topé con algo que no creía que fuera en un primer momento lo que yo creí ver pero que resultó serlo: con sorpresa, regocijo y deliquio comprobé la próxima edición de Doron Chibimaru, obra del legendario Shigeru Sugiura. Sugiura, que se consideraba a sí mismo un visionario, comenzó su carrera en la década de los 30 y alcanzó su apogeo en los 50 y 60 para, después, caer en el olvido (creo que se pueden rastrear algunos puntos en común con la trayectoria artística de Yoshiharu Tsuge) hasta que, años más tarde, una nueva generación de mangakas lo reivindicó como una de sus máximas influencias. Buena parte de estos autores publicarían en la legendaria Garo, por cuyas páginas transitaron artistas de la talla de Tsuge, Tatsumi, Shigeru Mizuki o los más recientes Suehiro Maruo o Kazuichi Hanawa. Se dice que Sugiura gozaba del reconocimiento y la admiración de artistas e intelectuales ajenos al medio (de nuevo, como Tsuge). A menudo, se contrapone su obra a la de Tezuka en la medida en que el primero cultivó una narrativa alejada del montaje cinematográfico introducido por el maestro (en realidad, esta era la forma dominante hasta la aparición de Tezuka). Sugiura es, desde luego, un autor marginal y prácticamente desconocido en Occidente (como excepción, la historia de tres páginas que dibujó para Raw en 1984 por petición expresa de la revista americana). Sólo se me ocurre un feliz sintagma para calificar la edición de su obra en occidente: pata negra.

La edición de Doron Chimibaru me lleva a formular una doble afirmación: por un lado, los clásicos del manga comienzan a hacerse un hueco en occidente poco a poco; en realidad es un lento proceso que viene desarrollándose con cuenta gotas en los últimos años y que tiene como máximo exponente la obra de Tezuka. Por otro lado, Francia se encuentra a la cabeza de edición de clásicos en Occidente; y el margen es amplísimo. Fueron los primeros en editar una serie del maestro del terror Kazuo Umezu: Hyouryuu kyoushitsu (lo primero de Umezu en Occidente fue el tomo final (¿?) de Orochi, editado por Viz), los primeros y únicos en editar una novela gráfica de Yoshigaru Tsuge: Muno no Hito (L´homme sans talent), del que ya se habían editado algunas historias cortas en Raw y The Comics Journal; los primeros en editar una serie de Kazuichi Hanawa (del que ya había una novela gráfica en italiano y del que podemos encontrar En la prisión en español y un par de historias cortas publicadas en América), pioneros aún en editar a Shigeru Mizuki y su Kitaro, además de otras de sus obras. A estos, añadir obras de Leiji Matsumoto (Galaxy Express, la original de 17 tomos, y no la decepcionante continuación que editó Viz), Tatsumi, Taniguchi (de estos dos estamos bien surtidos en nuestro país) o Taiyou Matsumoto, de quien aún no se ha visto nada por aquí. Por si esto fuera poco, recomiendo entrar en la página francesa de Amazon, seleccionar Livres en francais (o algo así, me perdonen los francófonos), escribir Osamu Tezuka y... echarse a llorar. Se me ocurren varios motivos para la ausencia de estos autores en nuestro mercado, uno podría ser el desconocimiento por parte de los editores (aunque la mayoría tienen un ojo puesto en Francia, especialmente Ponent Mon), el otro es el cuestionamiento de su éxito comercial. De todos modos, hay cosas que venden bastante bien, el terror, desde luego: queremos más Hino, Junji Ito y Umezu, que tendría un hueco en nuestro mercado casi seguro; después está el erotismo, España es el país occidental que cuenta con el mayor número de obras editadas de Suehiro Maruo (nueve, si las cuentas no me fallan), ¿a qué esperan entonces para traer a Shintaro Kago, o a Jun Hayami, o el Domestic Yapoo de Shotaro Ishi(no)mori?

martes, 27 de marzo de 2007

LA NOVIA ES UN CADÁVER (THE CORPSE BRIDE)
Resulta un poco difícil justificar el éxito de La Novia cadáver teniendo en cuenta que es una obra que no aporta gran cosa al mundo de la animación y nada en absoluto a la trayectoria de su autor. Dejaré de lado que Tim burton perdió el rumbo hace ya tiempo, que los elementos, motivos, tramas y símbolos se repiten sospechosamente una y otra vez en sus obras, y que ha perdido la frescura y la capacidad de sorprender de la que hacía gala en sus primeros títulos. Se pueden barajar varios motivos para justificar el citado éxito: el primero y, a mi juicio, más importante: nadie se molestó en ver Wallace y Gromit: la maldición de las verduras, que se estrenó en fechas próximas. No hace falta ser un erudito en esto de la animación para intuir la diferencia de calidad entre un título y otro; el estudio Aardman gana por goleada. El segundo, más subjetivo, es que resulta poco rentable criticar la obra en cuestión en los círculos cinéfilos. Su director goza inexplicablemente de un crédito que debería haberse agotado hace mucho tiempo. Seamos honestos: el universo de Burton se agota en la forzada, maniquea y amanerada dicotomía del niño grande, esto es: Daniel el travieso + Elvira (Halloween) + Sustitos de caramelo = Tim Burton. Repetición de elementos, distintos perros con el mismo collar:
El mismo perro con el mismo collar (vale, este último no es de aquí):
El paradigma es fácil y clásico, y ha sido magistralmente expuesto en sus primeras películas: el del adulto con alma de niño que se resiste a crecer y, por extensión y como consecuencia de lo primero, el contraste entre el mundo real del primero y el soñado por el segundo, que vienen a converger en Halloween, un mundo lo suficientemente sombrío como para asustar (el mundo adulto, insinúa la muerte, el verdadero y último peligro), pero no tanto como para infundir pavor (se canta, la gente se disfraza, se reparten caramelos, se convive con la muerte en un ambiente festivo –se diría que hablamos de Bajtin si no fuera por el componente escatológico- ). Es el puente entre el mundo de los vivos y el de los muertos (Jack viaja a nuestro mundo para suplantar a Santa Claus en Pesadilla antes de Navidad y, en la Novia, la acción se desarrolla continuamente entre amos mundos, tránsito materializado en el puente que separa el bosque de la ciudad). Creo que hay una tentadora morbosidad en el hecho de relacionar de una manera tan directa pero divertida la infancia y la muerte. No deja de ser una aproximación bastante inocente desde el momento que sabemos qua la sangre no llegará al río. Sabemos que no hay peligro porque al final los buenos (lo siguen siendo aunque estén muertos o tengan cuchillas en vez de manos o no se adapten al arquetipo tranquilizador y reconocible de bueno, una vez descubierta y reconocida esta anomalía la dinámica es la tradicional) terminan como buenos que son (cosa que no sabíamos en las primeras obras). Dicho esto, la obra de Burton es una repetición, explotación y exacerbación, a modo de mantra, de estos elementos. Creo que el epítome perfecto lo constituye Vincent, uno de sus primeros trabajos, un soberbio corto de animación en el que ya se configura no sólo la temática, sino también la estética del autor. Vincent cuenta la historia de un niño un tanto pálido y sombrío (¿suena familiar?) que sueña con ser Vincent Price y vivir en un mundo sacado de una película de terror (de serie B o de la Hammer o de las dos). El cortometraje juega continuamente con el contraste entre las imágenes ensoñadas por el protagonista y la contrapartida, la vuelta a la realidad cada vez que un adulto interrumpe su fantasía. Hay un peligro o amenaza potencial en la figura del niño, de la misma forma que la hay en las cuchillas que pueblan las manos del ingenuo Eduardo (un niño al fin y al cabo). Se trata de un nuevo aspecto, tal vez la fusión definitiva, de esa atracción de los polos opuestos del bien y del mal: lo que inspira ternura también puede aterrorizar. Hay está todo. No creo que Tim Burton haya hecho nada distinto (digno de mención) desde entonces. Podríamos reducir todo lo dicho a: Niño/Adulto y Realidad/Fantasía. Es, sin duda, una simplificación, pero creo que estos son los elementos más sobresaliente y fácilmente detectables. Termino esta parte con varios fotogramas de La gran aventura de Pewee para ilustrar con ejemplos: un tipo más bien talludito que se dedica a dar saltitos sobre la cama en un dormitorio lleno de juguetes (no perder de vista el dinosaurio, feroz a la vez que una posible referencia a Harryhausen, como el piano de la Novia Cadáver; los esqueletos y demás bichejos de Halloween o la osamenta en la cabecera de la cama; contrastes, más de lo mismo). Resumiendo, nos apasiona la idea de jugar con fuego sabiendo que no nos vamos a quemar, especialmente si los demás desconocen esto último y nos toman por unos temerarios. Ese es el éxito de la Novia Cadáver, nos gusta ser unos temerarios de careta, tal y como apunta Haneke en La pianista.
Es inevitable establecer una comparación entre Pesadilla antes de Navidad y la Novia Cadáver. Pesadilla se estrena en el 93, una década en la que Disney aún se afanaba por rentabilizar el musical. La película está basada en una historia de Tim Burton. La idea y los diseños son cosa suya; su sello es fácilmente reconocible. Los dos grandes aciertos y atractivos de la cinta son: por un lado, la fantástica banda sonora de Danny Elfman, perfectamente ejecutada en cada uno de los números musicales que se suceden la lo largo de la película (memorable el del hombre del saco o el de Jack en Christmas Town); por otro, todo el apartado visual, en el que destaca el diseño de personajes y, por encima de todo, el tratamiento de los decorados, especialmente la arquitectura “rota”, la apuesta firme por la asimetría. La manipulación de las proporciones naturales de los objetos y de los seres es un recurso de sobra conocido y altamente rentable. Al contemplar una imagen desarmada mediante este procedimiento es difícil evitar una leve sensación de caos, de irracionalidad, incluso de terror. La óptica deformada ha sido ya usada en las artes, pero en el cine, que es, al fin y al cabo, lo que nos ocupa, tenemos el exponente más célebre y temprano en el Gabinete del Doctor Caligari (rastreable también en el resto del expresionismo alemán). El ejemplo es de sobra conocido, el caos arquitectónico es un reflejo del caos que anida en la mente del protagonista, un loco. Pues bien, este tratamiento se apuntala con la planificación adecuada, es decir, el uso y abuso de encuadres pronunciados (tal vez sea Orson Welles uno de los exponente más claros, un neo expresionista según se mire) para rentabilizar la expresividad de los escenarios y de los personajes (al fin y al cabo los protagonistas son habitantes de Halloween Town, criaturas de rostros y de cuerpos asimétricos). Es evidente que la alteración de las proporciones está en la base de la animación más clásica, en el cartoon americano (tal vez por herencia del cómic), pero al hablar de stop-motion, la cosa cambia un poco, ya que no es algo tan habitual. A continuación algunos fotogramas de Pesadilla, especial atención merece el primero, tal vez la imagen más famosa y celebrada de la película, que ilustra perfectamente lo dicho hasta ahora. Después siguen otros de The Sandman (del que hablaré más adelante), Not without my handbag y Krysar, un caso extremo, aunque no en el mismo sentido ni con la misma finalidad que lo que venimos hablando.
Pesadilla antes de Navidad es, ya se ha dicho, un musical. Esto es un arma de doble filo, la cosa puede resultar si los números son de calidad (como es el caso) y si además no entorpecen la historia. El argumento es mínimo, el acierto de la cinta consiste integrar con éxito los números musicales dentro de la estructura narrativa sin que se produzca hiato alguno. No sólo se integran sino que, en realidad, vertebran la narración entera; es más, la historia avanza principalmente gracias a aquello que se nos cuenta en cada canción, la simbiosis es total: diversión en información de una vez. Basta ver la canción que abre la película: nos pone en situación, nos presenta a los personajes, el escenario, el protagonista y el tema central, y todo ello sin que nos demos cuenta (en este sentido me gustaría destacar la secuencia inicial de El príncipe de Egipto –una película que no ha sido valorada en su justa medida-, siete minutos ejemplares, el espejo en que toda secuencia inicial del musical de animación debería mirarse). El argumento se diluye casi por completo en las secuencias musicales (podría decirse que éstos son la auténtica historia) y lo hace de una forma completamente natural, ese es el gran acierto de Pesadilla antes de Navidad.
Última parada: La novia cadáver. Intentaré ser directo: aún no tengo muy claro la auténtica vocación de la película, no acaba de ser un musical, no al menos en comparación con Pesadilla, hay pocos números, su distribución es bastante irregular (tenemos uno al principio y para cuando llega el segundo nos pilla por sorpresa, totalmente desprevenidos, pues uno ya casi se ha olvidado que en esta peli los muñecos cantaban), la planificación de las escenas musicales es sosa, las coreografías brillan por su ausencia, las canciones dicen o aportan más bien poco (exceptuando tal vez la inicial) y por si fuera poco Danny Elfman (de nuevo él, quién si no) no anda muy fino, sus partituras no tienen ni la mitad del gancho y ni el ingenio que las de Pesadilla (el número de las arañas sastre tiene su aquel, pero el de los esqueletos es la enésima versión, que lo del homenaje ya huele un poco, del Skeleton Dance; los huesitos perdieron la gracia hace mucho tiempo). No es, como decía, un musical, sin embargo nos atormenta con un puñado de canciones absolutamente prescindibles, en la tradición de las peores películas de Disney. Supongo que el tema musical responde a ese espíritu festivo, desenfadado y un tanto naive, infantil, del que Tim Burton gusta imbuir a sus películas.
Pasaré de puntillas por lo más evidente: la historia es más de lo mismo, no sólo en cuanto al tono (adulto/ infantil) y al tema (vivos/ muertos), sino también en el caso de los personajes, los arquetipos de siempre: el prota, el perro, el malote (que me recuerda bastante al de Wallace y Groomit, aunque un poco más digno), la prota...
Me centraré en lo más gordo: La novia cadáver es, básicamente, una película aburrida. Animación (especialmente mainstream, y en un producto que asume tan pocos riesgos como éste) y aburrimiento son dos palabras que jamás deberían relacionarse. Es relativamente sencillo de justificar: para empezar, la historia no pasa de ser una anécdota fácilmente descomponible en cinco o seis unidades de acción, y eso, con los tiempos que corren, teniendo como antecedente inmediato las películas de Pixar y teniendo en cuenta que cada día se asumen más riesgos en esto de la animación y se elaboran películas cada vez más complejas (aunque no lo parezca), es una falta imperdonable, sobre todo sabiendo que viene de la persona responsable de Eduardo Manostijeras o Ed Wood. Podríamos continuar añadiendo el terrible lastre que supone el limitado número de escenarios, toda la acción se desarrolla principalmente en dos: el mundo de los muertos y la casa de los padres de la novia; hay otros por supuesto, pero su presencia es fugaz. Este último dato es de lamentar, sobre todo si tenemos en cuenta el despliegue técnico de la película, que tenía la oportunidad de deslumbrar al espectador con sus recursos y buen hacer visual, pero que se pierde en los vericuetos de un guión y una planificación fueran de lugar, empeñados en aplicar a la obra un tratamiento cinematográfico que no le sienta nada bien. Y es aquí a donde yo quería llegar: los más importante, lo fundamental, el motivo por el que La novia cadáver hace aguas, es porque se ha concebido, escrito y dirigido en buena parte como si de una película de imagen real se tratase. Nada le sienta mejor a la animación, especialmente al stop-motion, que la sobriedad. En Vincent nos encontramos con una dirección que apuesta por lo tradicional. Pocos planos: la mayoría fijos, encuadres frontales, todo sucede de cara al espectador, alternancia de planos generales con medios, y de vez en cuando, algún primer plano. Creo que en animación (dejemos un poco de lado el anime) esto es lo más recomendable, y que debe ser el punto de partida. Desde aquí, las variaciones son múltiples, pero siempre sin perder de vista algo muy importante: el tiempo fluye de forma diferente en el cine de imagen real y en el de animación. Cinco minutos de animación bien aprovechados pueden equivaler a diez de imagen real. La explicación es bien simple: el número de fotogramas por segundo. Las consecuencias de esta premisa son incalculables. Pueden echar abajo una obra. He aquí el caso: basta con ver las primeras escenas de la película, hay un innecesario retoricismo que se materializa en el uso de esa cámara que sube, baja y la da la vuelta de un lado a otro. Esa búsqueda del plano largo y fluido para narrar toda una escena (en la mejor tradición de los Spielberg, Kubrick, Ophüls, Preminger, Hitchcock...) no sólo resulta innecesaria, sino además barroca y pretenciosa. Lo mismo podríamos decir, por poner otro ejemplo, del encuentro entre la novia y el protagonista en el puente, un continúo vaivén de la cámara dando más vueltas que una batidora, digno de provocarle mareos al mismísimo John Woo. No pretendo decir con esto que la animación deba anclarse en unos cánones y en un academicismo que en realidad no existe, sino que un exceso de retórica en busca de un supuesto virtuosismo técnico no hace mejor a una obra ni le da mayor empaque. Sea por esto o porque el director ha visto el proceso de creación con los ojos de un director de imagen real (lo que es, al fin y al cabo), la película cojea bastante en este sentido.
Me gustaría seguir un poco más en esta dirección. Hay un exceso de diálogos. Habrá quien argumente que eso hace la película más interesante, o más inteligente, pero eso no deja de ser una tontería a la altura de la que afirma que un cómic es más maduro, o adulto, o intelectual, o inteligente, por el mero hecho de asaltarnos con ladrillos de texto por todos lados, no deja de ser un pensamiento bastante decimonónico y rancio. Diálogos: excesivamente largos, tiempos muertos, titubeos, interrupciones... Luego está la planificación, con uso y abuso del plano-contraplano y de los planos próximos sostenidos durante varios segundos. Todo se hace desesperadamente lento y tedioso y llega un punto en que a uno le importa más bien poco quién se casa con quién, la historia se ha convertido en una versión macabra de una novela de Jane Austen y lo único que queda desear es el vuelo rasante y liberados de un Enola Gay que lo reduzca todo a cenizas. De nuevo un desarrollo más propio del cine de imagen real; además, se añade la contradicción de que la historia se presente en cierto modo como un cuento (el argumento es, ya se ha dicho, sencillo, compuesto por un número reducido de unidades de acción, como en los cuentos populares), de corte más bien tradicional, sobrio, austero, pero tanto la forma en que se presenta como el desarrollo de las escenas no hacen sino desmentirlo, resulta un tanto esquizofrénico.
Por último, un poco más de lo mismo. La película confía en exceso en los primeros planos para transmitir el estado de ánimo de los protagonistas (hay otros recursos: la iluminación, la música, el tono de la voz, el uso del color... Jiri Trnka era capaz de hacer que sus marionetas de rostros pétreos transmitieran emociones mediante una hábil combinación de estos elementos), de nuevo, una influencia del cine de imagen eral. La lagrimita de la novia durante su actuación musical lo dice todo al respecto.
Creo que La novia cadáver es una película más preocupada por embelesar y emocionar al espectador mediante sus recursos técnicos y artísticos que por la humanidad del material que maneja. Pasa de lo distante a lo lacrimógeno sin ningún tipo de coherencia. Hace falta algo más que presupuesto y bonitos diseños para hacer una buena película de animación. Hace falta buen hacer, un conocimiento íntimo de los recursos que se manejan y, por encima de todo, un buen guión.
No ahondaré en Wallace y Gromit: la maldición de las verduras, necesitaría un post sólo para ella. La razón, calculo, por la que la gente desconocía el estreno de esta película, o simplemente no se molestó en ir a verla a pesar de haber visto La novia, es puramente mediática. El estreno de la película de Burton se anunció a bombo y platillo en los medios, todo el mundo quedó embelesado por las secuencias que se mostraron en televisión. “Tim Burton es un director de culto y nosotros somos guays, eruditos de la cultura popular, no podemos perdérnosla, será la comidilla de los foros las próximas semanas”, pensaron muchos, lógicamente no los niños, porque esta película está dirigida a un público más adulto (tal vez de ahí venga lo del tratamiento de cine de imagen real), y en caso de estarlo también al público infantil se me antoja un fracaso, pues ni siquiera goza de la ambivalencia de algunas películas de Miyazaki o, en otro tono, de Pixar. Vale, es una simplificación y tal vez alguno pueda ofenderse por la mala baba del entrecomillado, pero creo que hay algo de cierto en eso. Wallace y Gromit es una película enorme, hecha por un grupo de animadores de pura cepa, que han dado la verdadera medida de su talento, algo que no pudieron hacer en la olvidable Evasión en la granja. Hay un saber hacer, un dinamismo, una inteligencia y una rentabilización de los recursos de la animación que la colocan muy por encima de La novia cadáver. En el fotograma que sigue se nos hace creer que la sombra de las orejas que se proyecta al fondo pertenece a Gromit, para desvelarnos, a continuación que en realidad son las del monstruo que anda buscando. La película está llena de golpes geniales y de detalles como este, a los que también cabría añadir líneas como ese “What´s up, dog?” que Wallace le dirige a Gromit. Lo dicho, una joya.
Me gustaría concluir con un breve comentario sobre The Sandman, un corto de Paul Berry. Lo primero que pensé al verlo fue que estaba ante el enésimo imitador de Tim Burton. La fisonomía del personaje principal tiene algunos puntos en común con el Jack de Pesadilla y hay un uso de la arquitectura que ya había creído haber visto en la misma película. Por otro lado, hay una amenaza que planea durante toda la historia y que uno descarta inconscientemente al relacionar lo que ve con el universo de Burton (“la sangre no llegará la río”). Lo primero que debo decir es que el cortometraje data del 92, un año antes del estreno de Pesadilla, en el 93. Lo segundo es que la amenaza que planea acaba aterrizando de la peor de las maneras posibles. Este corto muestra el lugar al que Tim Burton no se atreve a llegar, ese temor que lo ha hecho tan popular, tan accesible, asequible, pero, a la vez, tan previsible y, con el tiempo, débil.

viernes, 16 de febrero de 2007

PANNONIA FILM




Hace poco tuve la oportunidad de visitar las ciudades de Bratislava y Budapest. No es un secreto que los países del Este de Europa (técnicamente, Hungría y Eslovaquia son Centro Europa, pero existe un acuerdo tácito en occidente para ubicar en el Este a todo aquel país que en su día perteneció al bloque comunista) tienen una larga tradición en el mundo de la animación, especialmente en el campo del stop-motion . Con esto en mente, me dispuse a encontrar todo el material posible durante mi estancia en estas hermosas pero inhóspitas, para los turistas, ciudades. En Bratislava lo tuve un poco crudo, pude conseguir un par de DVD´s en una tienda de libros, cd´s y pelis de saldo. En Budapest me fue mucho mejor, primero en una librería de varias plantas, muy al estilo de las franquicias como Borders que se pueden encontrar en Inglaterra, y después en un Media Mark, de donde salí con los bolsillos vacíos y los ojos haciendo chiribitas. Se me escapó, por falta de tiempo y dinero, el mayor Virgin store de Centro Europa, pero puse a Dios por testigo de que algún días volvería con un par de sacas de dólares para vaciar el lugar. 

Rastreando las direcciones y los sellos de las distribuidoras que aparecían en las carátulas de los dvd´s y buscando, de paso, algo de información sobre animación húngara, de la que, francamente, no sabía mucho, me topé con la página de Pannonia Film, probablemente el estudio de animación más importante de Hungría. En su web, se puede encontrar bastante información sobre el estudio, desde su historia hasta sus producciones (a destacar, como dato curioso, Les Maitres du Temps, de René Laloux), pasando por su palmarés o su excelente nómina de directores, de los cuales los más conocidos tal vez puedan ser Marcell Jankovics y Attila Dargay; de este último tenemos Vuk, uno de sus largometrajes, editado en nuestro país, qué nadie me pregunte porqué. Nada, aquí lo tienen todo, que ustedes lo disfruten: Pannonia Film.


GUSTÁV


 BOLEK A LOLEK, se pasearon por varias cadenas locales españolas:


FRAKK, FÖ A KÉNYELEM:


FEHÉRLÓFIA: 
 

MACSKAFOGÓ:


MAGYAR NÉPMÉSEK:



MONDÁK A MAGYAR:


SÜSÜ A SÁRKÁNY: 


VLADIMÍR JIRÁNEK: 


JÁNOS VITÉZ: 



Sí, a mí también me recuerda a Yellow Submarine:


Y una rareza, una coproducción indo-japonesa (¿?), RAMAYANA LEYENDA O PRINCI RAMIVI:



ESTRENOS Y LANZAMIENTOS

Zonadvd anuncia el lanzamiento de la colección Maestros de la Animación por parte del sello Track Media. La colección contiene títulos de autores como Karel Zeman, Bill Plympton, Alexander Petrov o Svankmajer. Más información aquí. Por otro lado, se anuncia para la primavera de este año la última secuela de los Inmortales, Highlanders: Vengeance. Será un film de animación dirigido por Yoshiaki Kawajiri (Ninja Scroll). Un ojo al trailer.
Por cierto, atención a la última peli de Michel Gondry, la hermosa La ciencia del sueño, abundante en fragmentos animados, stop-motion sobre todo.

miércoles, 10 de enero de 2007

LE ROI ET L´OISEAU

Lo primero que hay que aclarar es que existen dos versiones de esta película o, para ser más exactos, que el título que nos ocupa es una versión de una película anterior (unos veinte años) y que ambas han sido dirigidas por la misma persona. Es, salta a la vista, un hecho singular en la historia de la animación. Así que primero tenemos La Bergère et le ramoneur (1952), uno de los primeros largometrajes animados de Francia (este honor corresponde a Jeannot l'intrépide, de 1950, del húngaro Imre Hadju/ Jean Image), dirigida por Paul Grimault y coguionizada con el poeta y guionista Jacques Prévert (con quien colaboró por primera vez en Le petit soldat, cortometraje que podría tomarse como un tímido precedente), a partir del cuento La pastorcilla y el deshollinador de Hans Christian Andersen, con una duración aproximada de 63 minutos.
Le petit soldat (1947)
Parece ser que Paul Grimault se vio obligado a terminarla antes de tiempo (en realidad no lo hizo, la película se estrenó inconclusa, a falta de una quinta parte por rodar) por presiones de su socio y que, lógicamente, quedó bastante descontento con el resultado. Ya a finales de los sesenta, adquirió los negativos con la idea de terminar su obra tal y como la había concebido años atrás. Como cambios más significativos, se eliminaron varias escenas (entre ellas el principio y el final), se añadieron otras nuevas y se introdujo la fantástica banda sonora de Wojciech Kilar. El resultado fue Le roi et l'oiseau (1980), una película sustancialmente diferente (y superior) a la primera, con casi veinte minutos más de metraje. Ni que decir tiene que en el apartado técnico la producción salió ganado (exceptuando la escena del foso de los leones, que es un auténtico descalabro). Bien, una vez hecha la aclaración, vamos al meollo de la cuestión.
Jeannot l´intrépide (1950)

Desde un principio, la intención de Paul Grimault iba mucho más allá de hacer una simple película, pretendía crear una obra de arte que perdurase en el tiempo y fuera admirada por todos. Lo cierto es que resulta bastante difícil encontrar un largometraje de animación con un planteamiento tan audaz y tan acertado como Le roi et l´oiseau . Lo primero que sorprende a los menos avezados es el contraste, no demasiado evidente en un principio, entre la envoltura clásica del film y la frescura y el atrevimiento de su desarrollo. Su modernidad no sólo radica en su tema central (al fin y al cabo, estamos ante una parodia del poder y de la tiranía), sino en una rara conjunción de elementos que funcionan a diferentes niveles y que articulan el singular armazón de esta obra. En primer lugar, la arquitectura: el reino de “Taquicardia” está edificado sobre una compleja amalgama de estilos arquitectónicos: la acción se sucede a lo largo y ancho de escalinatas, fosos, pasillos, torreones, canales, salas, puentes...

Todas las posibilidades se alternan y se mezclan en algún momento de la historia, desde el palacio real, auténtica babel arquitectónica y monumento a la megalomanía del rey, abigarrado de columnas, frisos, cúpulas, estatuas, cuadros y de infinitas estancias, un edificio que contiene todo el mundo (incluido un zoo y un museo) y que se alza hasta rasgar el cielo, coronado por una habitación secreta a la que sólo el rey puede acceder a través de su ascensor privado, hasta las oscuras escalinatas que conducen a la ciudad subterránea de edificios semiderruidos donde el sol y los pájaros no son más que una leyenda (literalmente). La arquitectura, o tal vez habría que decir el arte, ya que no podemos olvidar los cuadros, retratos del rey en su mayoría, que decoran las salas del palacio, o las numerosas esculturas y estatuas que representan al monarca en las más variopintas situaciones, distribuidas a lo largo y ancho del reino; la arquitectura, decía, es un personaje más de la historia, silencioso pero omnipresente, y una extensión del mismo rey (que no deja de ser una marioneta del poder, un simple recipiente, hasta el punto de ser sustituido por uno de sus retratos que cobra vida y toma su lugar sin que nadie advierta el cambio), especialmente durante la primera parte, que se desarrolla en el palacio; su desmesura y su monstruoso desequilibrio son un fiel testimonio de un poder que desborda y sobrepasa a todo aquel que intenta poseerlo, la encarnación de una poderosa maquinaria anónima de control y de dominio. Su complejidad, su infinidad, la imposibilidad de abarcarlo y de domesticarlo se materializa en un edifico del que nunca llegamos a ver su totalidad, y que nos pierde en el laberinto de sus intestinos interminables. En este sentido, también es destacable la cara más cómica y domesticable de lo anterior, perfectamente resumida en la escena del retrato, en la que el pintor que realiza el enésimo retrato del tirano es condenado por reflejar el estrabismo del monarca, particularidad física que no aparece en las demás obras de su vasta colección; ya se ha señalado, estamos ente una parodia del poder desmedido y de sus consecuencias.
El segundo aspecto a destacar es la dimensión poética del guión, en el que se discierne sin mucho esfuerzo una doble tendencia hacia lirismo y hacia lo lúdico. No es ésta, evidentemente, una clasificación precisa, sino más bien una enumeración de constantes que alternan su intensidad. Tal vez el mayor triunfo de Le roi et l´oiseau radique en su maestría al engarzar pequeñas situaciones poéticas (en tanto que líricas, o lúdicas, o irreales) a modo de pequeños cuadros o episodios dentro del marco más amplio de una narración clásica (el argumento se reduce prácticamente a una anécdota) sin que el ritmo narrativo se resienta un ápice con lagunas de quietud o puntos muertos (más bien asesinados por) a causa de ese ardor poético. Hay muchas obras que padecen de este mal de ambiciones, es fácil perder de vista el horizonte si uno solamente se concentra en el estudio de los recovecos del camino, My beutiful girl Mari, Le libre de sable o The place promised in our early days son algunos buenos ejemplos de esto, se requiere una maestría a prueba de bombas para integrar el lirismo plácido y quebrado en la épica más vertiginosa, tal y como hace Miyazaki, y de paso, plasmar lo sublime sin caer en la sensiblería (“cheesy”): Michael Dudok de Wit, Frédéric Back...
La escenas de rara belleza y de humor subversivo se multiplican a lo largo de la historia. Entre las primeras, la del músico ciego que amansa a las fieras con su organillo o aquella otra en la que las palomas acuden en bandada para ocultar a los protagonistas del rey y sus secuaces; entre las segundas, el pequeño escenario que se abre en el pecho del robot y da lugar a una orquesta que interpreta la marcha nupcial, aquella en la que el pájaro se comunica con los leones en su propia lengua (mediante rugidos; por cierto, escena que sólo aparece en la versión de los 50, ¡error!) y la inolvidable escena en la que los leones, encabezados por el pájaro y al son del organillo del músico, abandonan el foso y recorren la ciudad subterránea ante el asombro y la algarabía de sus habitantes, que creen que los felinos no son otra cosa que pájaros (ya que es el único animal del que han oído hablar). Dicho esto, es necesario apuntar que la poesía no sólo nace de situaciones como las que ya se han señalado, sino también de otros aspectos, ya sea el tema central de Wojciech Kilar, que dota a aquellas escenas a las que acompaña de ese tono nostálgico (Lo bello y lo triste) que a muchos puede remitir al estilo de Miyazaki; los numerosos ingenios mecánicos, sorprendentes y cómicos, articulaciones del poder absurdo, como los vehículos acuáticos que montan y el rey y los policías durante la persecución a través de los canales, el trono real que se convierte en un coche de tope/ choque con sólo pulsar un botón (otra manifestación del poder, el tirano impone sus castigos mediante un botón o una cuerda que, oportunamente situados al alcance de su mano, abre una trampilla en el suelo por la que se pierde el infeliz) o el magnífico robot, penacho incluido que, nuevamente, hacen pensar vagamente en los ingenios mecánicos del doctor Moriarty (¡Ja, je, ji, jo, ju!). Tampoco perdamos de vista la arquitectura de los decorados o las apariciones de los esbirros reales, especialmente los que salen de la jaula durante la huida, imagen cómica y grotesca, de gran impacto visual.
A la luz de los expuesto, y teniendo en cuenta que la película fue concebida originalmente en la década de los cincuenta, resulta muy difícil encontrar un referente, una propuesta de tal envergadura y atrevimiento en la animación, pues aunque no cabe duda de que obras como Blancanieves, Die Abenteuer des Prinzen Achmed o Le roman de Renard fueron pioneras, cada una a su manera, no es menos cierto que lo fueron en términos fundamentalmente técnicos (especialmente las dos últimas); la novedad de Le roi et l´oiseau estriba en su manera de acometer la narración en un largometraje animado (porque no hay nada más vanguardista que Gertie the dinosaur (1914) de Winsor Mccay, incluso podríamos irnos al trabajo de Cohl o Balckton; el cortometraje siempre ha ido por delante en esto de la animación). Para buscar posibles paralelismos, tendríamos que acudir al cine de Coucteau, y es que resulta imposible no pensar en La Belle et la bête (1946) tras ver la obra de Grimault.
Le roi et l´oiseau es, ya se ha dicho, una sátira del poder y todo cuanto lo rodea. En este sentido la película es bastante sencilla y frontal, casi maniquea, algo notorio si tenemos en cuenta la sofisticación de la que hace gala a la hora de plasmar esta idea. La primera parte de la obra es un reflejo de las consecuencias de la concentración de una cantidad de poder excesiva en manos de una sola persona, el tirano; queda patente en el palacio, del que ya hemos hablado, en la maquinaria represiva (botones/ palancas/ esbirros), el uso propagandístico y ególatra del arte, prostituido y falseado (reducido a la producción en cadena), la adulación incondicional de cuantos rodean al tirano, o los crueles pasatiempos de éste (como la caza del pajarito al principio de la historia). Después, podríamos hablar de una consecuencia más brutal que no es otra que la situación del pueblo oprimido que padece los excesos del rey, los habitantes de la ciudad subterránea, en este caso. Un poco más allá, podríamos conjeturar con el hecho de que tal vez el único artista/ poeta auténtico (o lo más cercano) que parece sea el músico ciego, una suerte de Homero que cuenta historias de la superficie a unos hombres y mujeres para quienes el cielo, el sol y los pájaros no son más que una leyenda, y a partir de aquí elucubrar con el papel arte popular, de las clases bajas, y dejarnos llevar, y llevar... No dejan de ser interpretaciones innecesarias, la película no esconde su mensaje, su vocación de diatriba feroz contra la tiranía que se muestra inequívoca cuando el robot, hasta entonces instrumento de castigo del rey, se vuelve contra él y destruye el palacio y, con él, todo lo que representa. La película concluye con un gesto inequívoco, en sintonía con su naturaleza poética, que resultaría obsceno en cuanto que evidente y fácil en otro contexto, pero que aquí culmina y epitomiza todo un discurso: el robot libera a un pajarillo atrapado en una de las jaulas-trampa del rey que ya aparecen en la escena inicial de la historia e, inmediatamente, con su puño fuertemente cerrado, la hace añicos; un gesto poderoso, sencillo e inequívoco.

Me gustaría dedicar unas líneas a los personajes. Empecemos por el diseño, por un lado tenemos a la pastorcilla y el deshollinador, que lucen un aspecto estilizado y hermoso, realista (hay que tener mucho cuidado con esa palabra en ese contexto); después tenemos a los esbirros, al pájaro y, por ende, al resto de los animales que aparecen, que presentan un aspecto más cómico, caricaturesco, en la línea del cartoon clásico americano, y que contrastan fuertemente con los primeros (aunque en realidad esto no sea nada nuevo, es una constante en la animación: Los viajes de Gulliver, Blancanieves, Fantasía... y casi toda obra de ficción tragicómica, sería fácil encontrar un referente en nuestro teatro clásico en la pareja formada por el héroe y su acompañante, el contrapunto de todo lo que aquél representa). Por último, el rey y algunos otros personajes como el músico, aún siendo su aspecto cómico, es imposible no reparar en el hecho de que el grado de definición y de detalle de sus rostros es superior al de los demás, hasta el punto de hacer pensar en una hipotética caricatura de un personaje real (¿?). En cuanto al peso que cada uno tiene en la historia, lo cierto es que tanto la pastorcilla como el deshollinador son personajes más bien huecos, planos, que pasean su bello envoltorio a lo largo y ancho de todo el reino cual liebres (en una carrera de atletismo, sentiende); su papel no es otro que el de ser los desencadenantes de la acción, los perseguidos. Sus perseguidores, los policías, no entran dentro de la categoría de personaje, no al menos a título individual, sería fácil decir que todos son una misma persona, o que todos representan una mismo concepto: los mecanismos de represión y/ o contención del poder, numerosos y variados, como ellos mismos: los hay que corren, que pilotan vehículos, que se camuflan en las paredes, o incluso que pueden volar con alas de murciélago. Respecto al pájaro (¿un cuervo hormonado?) que da título a la película, haces las veces de narrador al inicio y es el protagonista encubierto junto con el rey; no sólo es el único que se burla y desafía continuamente la autoridad de éste, sino que además proporciona la huida a la pareja, le salva la vida al deshollinador en el foso de los leones y destruye el palacio real al mando del robot; todo una crack. Del rey ya se ha hablado sobradamente, su figura es ridícula: su expresión, sus ademanes, su manera de caminar, de hablar, su rebuscada solemnidad... Rodeado siempre de aduladores que ignoran sus defectos e inventan sus virtudes, todo ello en un mundo que gira en torno a él, hecho su medida, a su imagen y semejanza, una caricatura a la altura de El gran dictador.

No me gustaría terminar la reseña sin dejar de comentar algo. He aludido en un par de ocasiones a la conexión Grimault-Miyazaki, y la verdad es que el comentario no es gratuito. Hay quien ha señalado que el robot que aparece en la película bien podría ser un antecedente de los de Lapüta, y que el castillo del rey guarda bastante semejanzas con el que aparece en El castillo de Cagliostro, a lo que yo añadiría que también se pueden encontrar algunas reminiscencias arquitectónicas en El gato con botas (en la que participó Miyazaki) y El lago de los cisnes, ambas de la Toei. Lo cierto es que el cine de animación de los cincuenta es la principal influencia de Miyazaki. Hay quien concreta más y nombra Hakuja den (1958), primer largo de animación a color de Japón, cortesía de Toei, y La reina de las nieves (1957) (rusa, dirigida por Lev Amatov) como los dos títulos que más le marcaron. En una entrevista publicada en el catálogo del I Salón del manga, del anime y del videojuego (1995, por si alguien no se acuerda), Miyazaki nombra La reina de las nieves y, junto a ella, La bergère et le ramoneur, cuyo autor también trae a colación ("Paul Grimoor" en la transcripción, fallo lógico, el traductor no conocía al cineasta francés y Miyazaki lo pronunciaría a la japonesa: “Grimoru”). Lógicamente, nuestro nipón favorito vio la versión de los cincuenta, la original y, por tanto, la más floja. Además, por si quedaba alguna duda, en la carátula de la edición francesa de Le roi et l´oiseau ya se encargan de señalar que ha influido en Miyazaki; blanco y en botella.

Primera y tercera iméganes, Le roi et l´oiseau; segunda y cuarta, Lapüta y el Castillo de Cagliostro
Puntuación: 7 tomates y 9 muelas picadas.
Ediciones: podeis encontrar una edición americana de La bergère et le ramoneur bajo el título de The curious adventures of Mr. Wonderbird, es una edición barata pero bastante penca editada por Cartoon Craze (que también han editado púnicamente Panda and the Magic Serpent); sólo recomendable para eruditos y gente sin amigos o con ganas de aburrirse. Le roi et l´oisseau está disponible en una edición china con subtítulos en inglés y, faltaría más, en una doble edición francesa, simple y especial, ésta última, casi agotada, contiene también La table tornante, una película homenaje a Paul Grimault dirigida por Jacques Demy que recopila los cortos más importantes del primero. Es un poco cara, pero si tenéis pelas merece mucho la pena. El único posible “pero” (para mí, al menos) es que sólo contamos con el audio en francés sin subtítulos en otros idiomas ni nada parecido, pero bueno, la edición es bastante buena y es la única que hay. Pues eso, consulten sus bolsillos.

PD: Jan Lenica...