domingo, 8 de noviembre de 2009

YONA YONA PENGUIN

Los primeros quince minutos de Yona Yona Penguin me ayudaron a localizar el talón de Aquiles de una serie de largometrajes que, a mi juicio, no terminan de funcionar. A veces es complicado saber qué falla en una obra cuando, a priori, lo tiene todo para triunfar (artísticamente, la taquilla es siempre otra cosa). La razón no suele ser evidente, sin embargo, sabemos que a la cosa le falta algo, un "no-sé-que", porque al final nos queda un cierto regusto amargo de insatisfacción en el paladar. Veamos: diseños de personajes brillantes, una buena animación, estupendo doblaje, personajes carismáticos, una historia original... Algo no termina de cuajar. No parece entonces un tema fácil de dilucidar. Podría nombrar un buen puñado de títulos "insatisfactorios", pero mientras escribo estas líneas tengo en mente básicamente tres: Mirror Mask, Nocturna y Coraline. Bien, durante la proyección de Yona Yona Penguin esbocé una teoría más o menos satisfactoria (al menos para mí) que pude apuntalar contrastando, comparando y midiendo lo que acababa de ver con la siguiente proyección, que no fue otra que mi querida Totoro. La película de Miyazaki me ayudó a entender bastante mejor lo que estaba rumiando; a ver si consigo explicarlo... Bien, veo dos diferencias fundamentales entre Totoro y el grupo encabezado por Yona Yona, Nocturna y Coraline (que no son sino la punta del iceberg): a) Mientras en la primera el "mundo mágico" (con esta expresión me refiero a esa "realidad alternativa" que se contrapone al "mundo real" y que suele manifestarse en mundos paralelos -Dentro del laberinto-, ficticios - La historia interminable-, a escala reducida - Arthur y los minimoys-, en otros planetas - La visisón de Escaflowne-, y en un largísimo etcétera; este mundo mágico suele ser patrimonio de los niños o de los héroes prepúberes y/o adolescentes, pues sólo ellos suelen tener la capacidad de verlos y/o transitarlos; el conflicto suele sugir cuando la puerta entre ambos mundos se abre y se produce un trasvase en uno de los dos sentidos -o en ambos-; en fin, un tema clásico y recurrente en el cine de aventuras familiar y que tiene un claro referente en Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll ) penetra suave y sutilmente (al contrario que en Summer Wars) en el "mundo real", de modo que las niñas protagonistas permanecen en el plano real (la casa en el campo) la mayor parte del tiempo, en el segundo grupo es el protagonista quien penetra o se ve absorbido (sería mejor decir abducido) en el mundo mágico, consistiendo su tarea a partir de ese momento en intentar volver a su realidad ("mundo real"). b) Mientras el segundo grupo nos deslumbra con un desfile de personajes, animales, plantas, parajes, arquitecturas y tecnologías de lo más variopintas, en un notable esfuerzo por recrear y dotar de verosimilitud a ese nuevo mundo/universo al otro lado recién descubierto, Totoro formula su hechizo con un sólo elemento: Totoro y, en un segundo plano, los mini-totoros, el gatobús y los duendes del polvo. Quiero centrarme en este punto: a la hora de crear ficción, lo más importante de todo es la versosimilitud, es decir, que aquello que estamos contando sea creíble (que no necesariamente real), que parezca real aunque sepamos que un gato de dos metros que toca la ocarina en la copa de un árbol no existe; no es real, pero tiene que parecerlo. Bien, ¿y cuál es la mejor forma de conseguir esta verosimilitud? Mediante la correcta caracterización del personaje y de su entorno, que se consigue gracias a la acumulación de pequeños detalles. Totoro es verosímil, es creíble, porque bosteza cuando tiene sueño, porque mueve los bigotes cuando le acarician, porque tiene un registro facial inconfundible que alterna la expresión perezosa con esa sonrisa limpia, felina, gigante; porque acostumbra a sentarse por la noche en la copa de su árbol protector para tocar esa especie de ocarina en compañía de los mini-totoros (escena que se revaloriza cuando la niña se une al grupo), por la forma en la que reacciona cuando intenta coger el paraguas con sus pezuñas en la parada del autobús (¿no es esta la mejor escena de toda la película?) o por cómo se le erizan los bigotes y el pelaje cuando comprueba el efecto de las gotas de lluvia aporreando, de nuevo, el paraguas... No sólo Totoro es modélica en este sentido, sino también en la manera en que teje la atmósfera fantástica: primero con la aparición de los duendes del polvo, después las explicaciones que el padre ofrece a las niñas al respecto y luego con la primera aparición de Totoro. A partir de ahí se despliega una fantasía que nos hace desear que no termine nunca. Así que esta es la virtud (una de las muchas; no quiero extenderme, necesitaría varias entradas sólo para este título) de Totoro: pocos elementos fantásticos pero sabiamente caracterizados. La película se toma el tiempo que necesita para mostrar lo que le interesa, sin prisas, sin premuras, dedicando unos segundos al aleteo de una mariposa que cruza la pantalla como si la cosa no fuera con ella. "Poco y bueno" o "Lo bueno, si breve...", podríamos resumir. En el otro lado del cuadrilátero tenemos el efecto contrario, ese desfile de mundos, de seres y de escenarios ináuditos, fantasiosos y audaces. ¿Cuál es el problema? Que se nos muestra de pasada, sin apenas tiempo para la explicación y mucho menos para la reflexión. Es algo así como ver un desfile de carnaval a 200 km/h, uno no se queda más que con algunas cosas que ha podido agarrar al vuelo, pero poco más. Pasa en Coraline y mucho más en Nocturna, nos presentan un catálogo de seres y de escenarios de ensueño, pero incurren en el error de no ofrecer suficientes explicaciones acerca de quiénes son o de porqué están allí. Algunos de estos elementos tienen una vida bastante fugaz en el relato. Cuando el espectador está intentando averiguar quiénes son, qué relación tienen con la trama y con el protagonista, enseguida se ve asaltado por otro personaje o situación aún más inverosímil (incluso absurda). No basta con hacer que algo parezca atractivo (Nocturna está llena de personajes y de ideas con gancho, sólo que no muy bien ejecutados, y creo que eso la termina de matar), además hay que insuflarle vida. Así que tenemos la estrategia opuesta: la fascinación a través de la acumulación de elementos (de personajes, escenarios, animales...), que suele acabar empachando en lugar de epatando, frente a la fascinación mediante la acumulación de detalles hasta llegar al elemento. Bien, y ahora algunas palabras sobre Yona Yona Penguin. Se trata de un largometraje japonés en 3D (algo no demasiado frecuente) coproducido por Madhouse y la sociedad francesa Denis Freidman Productions, y dirigido por Rin Taro; ahí es nada. El equipo de producción es un curioso híbrido: El director artístico es Cédric Babouche. Los diseños cosa de Katsuya Terada y Laurent Cluzel. El guión de Dominique Lavigne y de Tomoko Komparu. El presupuesto de 10 millones de euros y el 51% de las acciones japonesas. Estamos ante una obra de corte infantil cuya mayor baza estética, no siendo la animación (realizada a la limón por la propia Madhouse -sin expreriencia previa, creo, en un largo completamente 3D- y el estudio francés Def2Shoot) especialmente virtuosa considerando los tiempos que corren, consiste en trasladar parcialmente la estética anime al 3D. Yona titubea un poco al principio. Los primeros minutos se desarrollan en un extraño pueblo envuelto en una atmósfera nocturna que me recordó bastante a la ciudad de los gatos de Haru en el reino de los gatos y, sobre todo, a lo visto en Night on the galactic railroad (y, en menor medida, a la escena que transcurre en el pueblo de los pescadores en Angel´s egg: la noche, la quietud, la fuente, la melancolía, el misterio...). No está demasiado claro qué hacemos en ese pueblo ni tampoco hay forma de olerse lo que va a pasar (al contrario que en la mayoría del anime). Todo flota un poco en el aire a la espera de algún giro... Así que después de unos minutos de incertidumbre, de no saber si estamos ante una obra para niños cargada de buenas intenciones (aburrida) o de tendencias lírico/didácticas (¡horror!), ese "mundo mágico" del que he venido hablando irrumpe en escena y a partir de ahí empezamos a verlo todo más claro. La media hora siguiente peca de ese exceso de cuerpos extraños que he mencionado más arriba, pero después de este tramo, el alma nipona que Yona lleva dentro se hace por fin patente; Rin Taro se quita la careta y nos brinda un anime en (casi) toda regla, con todos los elementos que lo hacen reconocible y que habían quedado ocultos tras la pátina 3D y su filosofía infantil llena de buenas maneras. No nos engañemos, Yona no deja de ser un producto para todo los públicos (entendido esto desde la perspectiva de la industria europea), así que el tono es bastante contenido (la parte francesa, me imagino), aunque sin renunciar por ello a los elementos que hacen reconible el anime más clásico, previsible y rancio (el mundo fantástico paralelo, el protagonista "escogido" aparentemente "débil" pero que luego resulta ser "fuerte", el malo/bueno, el sentido de la aventura, de la acción, el dinamismo, la inventiva visual, el diseño de personajes...); el que nos gusta por aquí. Es francesa y también japonesa. Algunos puristas dirán que esto no es anime. Yo sólo puedo decir que me importa un pimiento y que me lo pasé como un enano y que a ver si la traen ya por estas tierras para disfrutarla otra vez.

2 comentarios:

Juan Miguel dijo...

Tu idea sobre la verosimilitud en la ficcion es todo un tour de force ;) me voy mas lejos,el uso correcto del montaje de ficciones,nada de mostrar historias que sean excusas vagamente argumentadas para propuestas estéticas.El buen cine es aquel donde las imagenes estan al servicio de las palabras,no hay una forma de ficción más perfecta y polihédrica que la palabra escrita .

Elchinodepelocrespo dijo...

Esta claro que sin una buena idea un largometraje hace aguas, lo que pasa es que en la animación la falta de ideas se puede camuflar mejor.