Originalmente, Neo-Human Casshern ( Shinzō Ningen
Kyashān) fue una serie de treinta y cinco episodios producida por Tatsunoko Pro en 1973. Animación "sucia", de trazos gruesos y rica en líneas cinéticas e inconfundibles efectos sonoros propios de la década, en la que la mano del animador se deja sentir, late, detrás de cada fotograma; características que personalmente encuentro absolutamente fascinantes. Cuatro OVAs de la mano de la misma productora siguieron en 1993 con Casshan: Robot hunter, de los que sólo rescataría la presencia de Yasuomi Umetsu como diseñador de personajes y un minuto escaso (del 1:40 al 2:30) de animación en la lucha final del cuarto OVA. Con estos antecedentes, era difícil prever si la serie de Madhouse que retomaba al personaje original en 2008 iba a ser un engendro digno de mención (doy fe de que es el principal motivo de que le dedique esta reseña; el otro es revindicar una serie a la que no se ha prestado demasiada atención desde el fansub hispano).
La belleza es una carta de presentación que nos roba los corazones de antemano, escribe Schopenhauer. Eso mismo es lo que me pasó a mí, que llegué a esta serie de pura casualidad, atraído por algunos fotogramas que cacé de rebote en algún espacio dedicado al anime. Si Casshern sins puede presumir de una virtud es de la de atrapar el ojo del espectador a las primeras de cambio, simplemente porque su estética se aleja de la mayoría de las series anime que transitan la pantalla y/o la red hoy en día y porque, a pesar de ello, resulta una oferta atractiva, muy atractiva, de hecho.
Casshern sins empieza como un terremoto. El primer episodio se abre paso con una batalla de esas que cortan el aliento y secan los gaznates. Está claro que el equipo de la serie quería jugárselo todo a una carta (la de Schopenhauer) y en su empeño tiraron la casa por la ventana para conseguir una escena que tardásemos mucho en olvidar y que nos dejase con los ojos como platos (el primer episodio suele ser el más potente desde el punto de vista de la animación; a partir de ahí todo es cuesta abajo); y vaya si lo consiguieron. Creo que cualquier descripción se queda corta a la hora de plasmar esos fantastásticos e intensísimos segundos de belleza cinética.
Hay dos elementos que destacan y que son más o menos previsibles para los avezados en estas experiencias: uno es la animación, de nivel alto, y otro el montaje, vertiginoso y afilado, como no podía ser de otra forma tratándose de un anime. El tercero es la labor del director, que brilla con luz propia, y que se las apaña para colocar intencionadamente al espectador un segundo por detrás de la acción. Hay un plano recurrente en la mayoría de las batallas de la serie y es el de la marca de la planta del pie grabada sobre una roca cada vez que Casshern toma impulso para dar un salto o lanzarse al ataque. Se nos ofrece el mismo instante en que la marca se imprime sobre la superficie, aplastada por el pie invisble de Casshern, que ha saltado justo un segundo antes. Esta brevísima imagen, acompañada del sonido que la planta del pie ejerce sobre la roca al henderla, nos dice que el protagonista acaba de salir disparado y que vamos justo detrás de él. Es como presenciar una de esas peleas de superguerreros con el pelo amarillo de bote en la que sólo vemos un montón de líneas cruzando el cielo que nos ayudan a adivinar dónde se encuentra cada combatiente, que en ese momento cruza la pantalla demasiado rápido para ser captado por el ojo humano. La intención aquí es similar, sólo que en lugar de asistir a la lucha desde fuera, el director nos ha colocado dentro del huracán.
Hay dos elementos que destacan y que son más o menos previsibles para los avezados en estas experiencias: uno es la animación, de nivel alto, y otro el montaje, vertiginoso y afilado, como no podía ser de otra forma tratándose de un anime. El tercero es la labor del director, que brilla con luz propia, y que se las apaña para colocar intencionadamente al espectador un segundo por detrás de la acción. Hay un plano recurrente en la mayoría de las batallas de la serie y es el de la marca de la planta del pie grabada sobre una roca cada vez que Casshern toma impulso para dar un salto o lanzarse al ataque. Se nos ofrece el mismo instante en que la marca se imprime sobre la superficie, aplastada por el pie invisble de Casshern, que ha saltado justo un segundo antes. Esta brevísima imagen, acompañada del sonido que la planta del pie ejerce sobre la roca al henderla, nos dice que el protagonista acaba de salir disparado y que vamos justo detrás de él. Es como presenciar una de esas peleas de superguerreros con el pelo amarillo de bote en la que sólo vemos un montón de líneas cruzando el cielo que nos ayudan a adivinar dónde se encuentra cada combatiente, que en ese momento cruza la pantalla demasiado rápido para ser captado por el ojo humano. La intención aquí es similar, sólo que en lugar de asistir a la lucha desde fuera, el director nos ha colocado dentro del huracán.
Y así, nos pasamos buena parte de la lucha viendo a Casshern volar sobre nuestras cabezas, cruzar de un lado a otro, algún tentáculo mecánico atravesando la pantalla vertiginosamente, alguna tuerca que salta, un trozo de metal que sale disparado y, cuando al director le interesa, una hermosa figura plateada elevándose en el cielo que descarga un golpe letal desde las alturas como si de un kamikaze danzante se tratara. No sabría cómo definir exactamente el estilo del director. A menudo me parece barroco y amanerado e innecesariamente enrevesado, pero también fresco y estimulante y muy personal. La dirección se hace más sobresaliente en las escenas de acción, pero el resto del metraje se hace palpable la mano de alguien que con frecuencia escoge encuadres que suelen estar alejados de la opción más evidente o previsible.
También el ojo del director se complace en el detalle, ya sea para mostrarnos pequeños objetos como una tuerca o una flor (que en el contexto de la historia están fuertemente justificados), ya para llamar la atención sobre algún acontecimiento a escala reducida que merece la pena ser considerado por su alto poder evocador; por ejemplo, un jirón de ropa que se enreda en la hoja de una cuchilla o aquel otro en el episodio 9 en el que asistimos a un montaje que contrapone la visión de un personaje moribundo que expira poco a poco con la imagen de unas vendas que se desprenden y caen al suelo, midiendo de este modo el tiempo de vida del primero, como si se tratara de un metafórico reloj de arena. La serie está jalonada de estos detalles y creo que constituyen uno de sus puntos fuertes.
Lo mejor de todo es que uno podría pensar que algunas de estas "moderneces" son propias de un director novato que busca caer en gracia al espectador a toda costa, pero lo cierto es que Shigeyasu Yamauchi es un veterano que empezó haciendo storyboard en Los cabelleros del zodiaco allá por los ochenta (me extiendo en esto un poco más: allí coincidió con Takao Koyama, el director de la serie original de los setenta, que ahora se dedicaba a escribir los guiones; la cosa no queda ahí, se me antoja a mí que hay un parecido innegable entre el Casshern diseñado por Yoshihiko Umakoshi para Casshern Sins y el caballero de Pegaso en Saint Seiya; es más, tanto Casshern como Leda y Dio, especialmente los dos primeros, tienen un aspecto que recuerda bastante al de los caballeros con armadura de la serie de Toei, ¿casualidades, plagio, homenaje...?).
También el ojo del director se complace en el detalle, ya sea para mostrarnos pequeños objetos como una tuerca o una flor (que en el contexto de la historia están fuertemente justificados), ya para llamar la atención sobre algún acontecimiento a escala reducida que merece la pena ser considerado por su alto poder evocador; por ejemplo, un jirón de ropa que se enreda en la hoja de una cuchilla o aquel otro en el episodio 9 en el que asistimos a un montaje que contrapone la visión de un personaje moribundo que expira poco a poco con la imagen de unas vendas que se desprenden y caen al suelo, midiendo de este modo el tiempo de vida del primero, como si se tratara de un metafórico reloj de arena. La serie está jalonada de estos detalles y creo que constituyen uno de sus puntos fuertes.
Lo mejor de todo es que uno podría pensar que algunas de estas "moderneces" son propias de un director novato que busca caer en gracia al espectador a toda costa, pero lo cierto es que Shigeyasu Yamauchi es un veterano que empezó haciendo storyboard en Los cabelleros del zodiaco allá por los ochenta (me extiendo en esto un poco más: allí coincidió con Takao Koyama, el director de la serie original de los setenta, que ahora se dedicaba a escribir los guiones; la cosa no queda ahí, se me antoja a mí que hay un parecido innegable entre el Casshern diseñado por Yoshihiko Umakoshi para Casshern Sins y el caballero de Pegaso en Saint Seiya; es más, tanto Casshern como Leda y Dio, especialmente los dos primeros, tienen un aspecto que recuerda bastante al de los caballeros con armadura de la serie de Toei, ¿casualidades, plagio, homenaje...?).
Si uno no está demasiado hipnotizado por el ritmo frenético de la primera batalla, podrá notar que el diseño de los robots es, como mínimo, anticuado y, apurando, un poco chapucero y cutre (en realidad, es bastante fiel al de la serie de los setenta). No es el tipo de diseños que uno espera encontrar en una serie de corte épico con tipos enfundados en ajustados pijamas antitérmicos con poderes sobrenaturales. Creo que el dato arroja algunas pistas: primero, se puede pensar que siendo una producción Madhouse, tales extravagancias no son infrecuentes. La productora nipona se caracteriza por producir series que a menudo se salen de que lo que en Japón se podría considerar mainstream: Kemonozume, Kaiba... Segundo, que todo el componente bélico y, por tanto, todo lo que le rodea o se relaciona con él, en realidad ha sido desplazado a un segundo plano porque hay una historia profunda y compleja detrás de todo el entramado de batallas y conspiraciones; ciertamente la hay. Tercero, que precisamente por ser una serie Madhouse y tener ese toque distintivo uno puede esperar que, al igual que en el caso de Masaaki Yuasa y su equipo en las series citadas, el tema del diseño de los robots se trate de una apuesta estética deliberada (y es posible que también el presupuesto tenga algo que ver); y de hecho, la serie hace de la economía de medios una de sus virtudes hasta tal punto que a veces se aprecia como tiende hacia el minimalismo, que tiene su exponente más brillante en los extraordinarios fondos, de los que hablaré más adelante.
En todo momento se nos hace sentir que el equipo de artistas es perfectamente consciente de la sencillez y de la sobriedad de su propuesta en este aspecto, y que saben perfectamente lo que se traen entre manos. Manejan el material con soltura, lo moldean a su gusto y casi nunca suele parecer vulgar o mal acabado o insuficiente; tal es la maestría del que sabe manejarse en la economía de medios. Suelo tener esta misma impresión cada vez que veo algo del citado Masaaki Yuasa, especialmente en Kaiba y en el cortometraje que realizó para Genius Party, Happy Machine.
Uno siente, repito, siente, que a pesar de la sobriedad a primera vista, lo que el artista nos presenta es una sólo una opción, la que más le conviene y que, de quererlo, podría hacer algo mucho más espectacular, sólo que su sabiduría le dice que para hacer una obra de altura no es necesario adular al espectador con juegos de artificio. En lugar de eso, deja ver su personalidad a través de la obra en cuestión sin hacer ningún tipo de concesiones; es más, su mérito consiste en atraer al espectador a su terreno y exigirle, ponerle la zancadilla y obligarle a ver de otro modo o a ver aquellas cosas en las que no suele reparar; o también "hago lo que me da la gana; para mí, tú no existes". Algo de esto se intuye ya en el opening, que está compuesto casi exclusivamente de ilustraciones extrañas, abocetadas, muy al contrario que la mayoría de las series, que aprovechan esta parte para sacar músculo. Con frecuencia menos es más.
En todo momento se nos hace sentir que el equipo de artistas es perfectamente consciente de la sencillez y de la sobriedad de su propuesta en este aspecto, y que saben perfectamente lo que se traen entre manos. Manejan el material con soltura, lo moldean a su gusto y casi nunca suele parecer vulgar o mal acabado o insuficiente; tal es la maestría del que sabe manejarse en la economía de medios. Suelo tener esta misma impresión cada vez que veo algo del citado Masaaki Yuasa, especialmente en Kaiba y en el cortometraje que realizó para Genius Party, Happy Machine.
Uno siente, repito, siente, que a pesar de la sobriedad a primera vista, lo que el artista nos presenta es una sólo una opción, la que más le conviene y que, de quererlo, podría hacer algo mucho más espectacular, sólo que su sabiduría le dice que para hacer una obra de altura no es necesario adular al espectador con juegos de artificio. En lugar de eso, deja ver su personalidad a través de la obra en cuestión sin hacer ningún tipo de concesiones; es más, su mérito consiste en atraer al espectador a su terreno y exigirle, ponerle la zancadilla y obligarle a ver de otro modo o a ver aquellas cosas en las que no suele reparar; o también "hago lo que me da la gana; para mí, tú no existes". Algo de esto se intuye ya en el opening, que está compuesto casi exclusivamente de ilustraciones extrañas, abocetadas, muy al contrario que la mayoría de las series, que aprovechan esta parte para sacar músculo. Con frecuencia menos es más.
Y creo que otra cosa se puede decir aún de los dichosos robots (¿o son androides?). Todo lo que tienen de tosco en cuanto al diseño lo tienen de logrado en cuanto a los efectos sonoros que los adornan: el del metal oxidado, el de los engranajes pesados y de los miembros atascados, el de la tuerca que se desprende o la chapa que revienta en mil pedazos, el del pesado pie que se apoya sobre la roca o el roce de la caricia a lo largo de la superfice descolorida, desconchada y oxidada. Estos sonidos y muchos otros confieren verosimilitud a la corporeidad de las máquinas, las hacen reales y creíbles; actúan como muleta descriptiva, aportan detalles, información y matices, los describen incluso anímicamente y permiten caracterizar con acierto el estado de decrepitud en el que se encuentran y que resulta ser el verdadero núcleo argumental de la serie. El manejo del sonido me parece otro de los puntos fuertes de Casshern sins.
No quiero dejar de hablar brevemente de los fondos. Están en consonancia con aquello que ya he comentado sobre la sobriedad y la singularidad visual de la serie. Son una apuesta arriesgada pero del todo encomiable. Casan a la perfección con ese mundo desolado y desgarrado por la irrupción de la muerte por el que transitan los personajes de Casshern. De hecho, funciona como caja de resonancia del estado anímico de los personajes y, junto con el tema central de la banda sonora, resulta altamente eficaz a la hora de tejer la atmósfera lánguida y pesimista que domina la serie. De todos modos, no hay nada nuevo en esta aprecicación, el paisaje como proyección del yo es una recurso tan antiguo como los propios textos de ficción.
Dicho esto, salta a la vista la expresividad de los fondos a pesar de que, en principio, no pasan de ser un conjunto de manchas más o menos bien distribuidas, rematadas en unas cuantas líneas de aire abocetado para convenir los edificios o las crestas de los paisajes. A menudo se reducen a una abigarrada superposición de texturas que se extiende a lo largo de pantalla como un vivísimo manto multicolor. El resultado es hermoso y profundamente evocador. Se intuye aquí más que nunca que el acento ha sido puesto en la connotación y que el propósito no es otro que despertar una serie de sentimientos en el espectador que estén en sintonía con el tono apagado y triste de la historia. El aspecto material de cada fondo queda desplazado en favor del espiritual. Lo que permanece después de cada episodio rara vez suele ser una figura en concreto, sino más bien un determinado color o varias tonalidades o la formidable mezcla de texturas a la que me acabo de referir. El episodio 9 es uno de los platos fuertes en este sentido y merece la pena aunque sólo sea para apreciar el trabajo de los fondos. Uno de los aspectos más llamativos y sobresalientes de la serie. Lo dejo aquí.
Dicho esto, salta a la vista la expresividad de los fondos a pesar de que, en principio, no pasan de ser un conjunto de manchas más o menos bien distribuidas, rematadas en unas cuantas líneas de aire abocetado para convenir los edificios o las crestas de los paisajes. A menudo se reducen a una abigarrada superposición de texturas que se extiende a lo largo de pantalla como un vivísimo manto multicolor. El resultado es hermoso y profundamente evocador. Se intuye aquí más que nunca que el acento ha sido puesto en la connotación y que el propósito no es otro que despertar una serie de sentimientos en el espectador que estén en sintonía con el tono apagado y triste de la historia. El aspecto material de cada fondo queda desplazado en favor del espiritual. Lo que permanece después de cada episodio rara vez suele ser una figura en concreto, sino más bien un determinado color o varias tonalidades o la formidable mezcla de texturas a la que me acabo de referir. El episodio 9 es uno de los platos fuertes en este sentido y merece la pena aunque sólo sea para apreciar el trabajo de los fondos. Uno de los aspectos más llamativos y sobresalientes de la serie. Lo dejo aquí.
Y claro, en qué se quedaría una serie si no tuviera un guión que fuera, como mínimo, prometedor. He de decir que Casshern sins es lenta, incluso pausada, pero constante en su ritmo. La información está bien administrada en cada episodio, aunque he de advertir que se proporciona con cuentagotas. El esquema es más o menos el clásico: unos episodios iniciales compuestos por historias autoconclusivas por las que pululan algunos personajes fijos cuya presencia se irá haciendo más palpable a medida que la historia avanza. Después, un tramo intermedio que se hace un poco pesado, ya que no atisbamos a dónde nos quieren llevar. Y, por último, la traca final de episodios más o menos encadenados, aunque desprovista aquí de esa gran apoteosis y/o revelación final que se podría esperar; no, Casshern sins es bastante más serena y mucho mejor que eso. Más que la historia, importa el mensaje. La trama, como suele ocurrir, adquiere continuidad a medida que se acerca el final. Hay, como no podía ser de otra forma, un terrible secreto que acompaña al protagonista, que se irá desvelando poco a poco, a lo largo de una historia trufada de luchas, diálogos existenciales, situaciones dramáticas, flashbacks (¿dónde se ha visto un anime que se precie sin ellos?) y más luchas y patadas y puñetazos y piruetas mortales a tutiplén.
No se necesita demasiado argumento para montar un episodio de Casshern; de hecho, cada uno podría resumirse en un par de líneas, pues suele ser mínimo, escueto, minimalista. Del resto se encarga el director que con su sabio pulso alterna un poco de diálogo, un poco de contemplación y otro poco de reflexión; y por supuesto, una lucha por episodio como mínimo. Reconozco que la monotonía amenaza a veces con echar a perderlo todo, pero suele mantenerse a raya si uno pone un poco de su parte, el final de la serie bien lo merece.
Dejando de lado algunos aspectos del guión que se me atragantaron un poco o simplemente no me terminaron de convencer (como el hecho de que la aparición de Ringo y Ohji, por un lado, y de Lyuze, por otro, en la mayoría de los episodios resulte a menudo forzada o mal justificada), creo que estamos ante una historia interesante, emotiva y razonablemente bien contada. Los duchos en estas lides sabemos de sobra que los japoneses son bastante cansinos cuando se trata de exponer una idea. La exponen hasta la saciedad, en situaciones diferentes, en boca de muchos personajes, del derecho y del revés... En una palabra: cansinos. Casshern sins no es una excepción.
"Ruina", "muerte", "vida", "corrupción", "curación", "supervivencia", "eternidad"... Son palabras y/o conceptos que se repiten reiteradamente machacándonos las sienes cual martillo pilón. Porque ese es, al fin y al cabo, el leitmotiv de la historia: un puñado de personajes en busca de una motivación que les permite sobrevivir en ese valle de la muerte en que se ha convertido el mundo. La mayoría lo tiene claro: su objetivo es la supervivencia a toda costa. Otros se afanan por matar al propio Casshern, ya sea por venganza (Lyuze) o para reafirmar su poder (Dio). Los hay que buscan la belleza eterna (Leda) y también los que se valen de la destrucción para sacar partido (Braiking Boss). Y también, los menos, que aceptan y se abrazan a la muerte y que han escogido vivir dignamente hasta que llegue su hora (Ohji). Por último está Casshern, que se debate entre la culpabilidad que lo conduce a desear la muerte y la esperanza de vivir para invertir el resultado de su fatal acción. Y en el polo opuesto a éste, "el sol al que todos llaman luna", cuyo nombre es Luna en el original, una especie de deidad que encarna el signo contrario al de nuestro (anti)héroe; si Casshern es el dios de la muerte, Luna es la diosa de la vida. La vida y la muerte son los ejes de esta historia.
"Ruina", "muerte", "vida", "corrupción", "curación", "supervivencia", "eternidad"... Son palabras y/o conceptos que se repiten reiteradamente machacándonos las sienes cual martillo pilón. Porque ese es, al fin y al cabo, el leitmotiv de la historia: un puñado de personajes en busca de una motivación que les permite sobrevivir en ese valle de la muerte en que se ha convertido el mundo. La mayoría lo tiene claro: su objetivo es la supervivencia a toda costa. Otros se afanan por matar al propio Casshern, ya sea por venganza (Lyuze) o para reafirmar su poder (Dio). Los hay que buscan la belleza eterna (Leda) y también los que se valen de la destrucción para sacar partido (Braiking Boss). Y también, los menos, que aceptan y se abrazan a la muerte y que han escogido vivir dignamente hasta que llegue su hora (Ohji). Por último está Casshern, que se debate entre la culpabilidad que lo conduce a desear la muerte y la esperanza de vivir para invertir el resultado de su fatal acción. Y en el polo opuesto a éste, "el sol al que todos llaman luna", cuyo nombre es Luna en el original, una especie de deidad que encarna el signo contrario al de nuestro (anti)héroe; si Casshern es el dios de la muerte, Luna es la diosa de la vida. La vida y la muerte son los ejes de esta historia.
De toda la serie me quedo con el episodio 9#: The Flower Which Blooms in the Valley of Ruin y con el 12#: Coloring the Moment of Living. El primero es una buena muestra de lo que pueder dar de sí el anime y de lo que podemos llegar a esperar de él en condiciones normales. Se construye a base de contrastes entre situaciones, personajes y emociones, y maneja los tres niveles a la perfección. Arranca el tipo de sentimientos a los que el buen anime, aquel con corazón, nos tiene acostumbrados. Presenta a Nico, un personaje extravagente pero altamente frágil y vulnerable y, por tanto, empático. No menos extraña y anómala es la situación en la que la encontramos. El contraste entre la indefensión de Nico y la brutalidad del robot, que termina cambiando de signo, es la palanca perfecta para manipular nuestras emociones y sacarlas a flor de piel. Es cierto que puede pecar de lacrimoso y sentimentalista, y también que es un contraste fácil y pueril, una indefensa niña demente acosada por un robot malvado y cruel, pero creo que esa forma de manipular forma parte de su manera de entender el drama a un nivel muy básico y popular y que hay que aceptarlo como tal. Al final, Nico deviene un símbolo trágico. Rara la historia, los personajes, la situación y también el desenlace; en suma, bella y extraña.
Coloring the Moment of Living es harina de otro costal. Es más sencillo y también más profundo. Este episodio es a un tiempo un ejercicio metalingüístico y una reflexión sobre el arte. El arte se presenta aquí como un medio para hacer un mundo mejor mediante la producción de belleza. Se reivindica el papel del artista y su utilidad en tiempos de decadencia y proclama a los cuatro vientos la victoria del arte y del artista sobre la muerte a través de su obra (las paredes de la ciudad en este caso), que lo ha de perpetuar en el tiempo (tema central en la poesía de Shakespeare).
Coloring the Moment of Living es harina de otro costal. Es más sencillo y también más profundo. Este episodio es a un tiempo un ejercicio metalingüístico y una reflexión sobre el arte. El arte se presenta aquí como un medio para hacer un mundo mejor mediante la producción de belleza. Se reivindica el papel del artista y su utilidad en tiempos de decadencia y proclama a los cuatro vientos la victoria del arte y del artista sobre la muerte a través de su obra (las paredes de la ciudad en este caso), que lo ha de perpetuar en el tiempo (tema central en la poesía de Shakespeare).
Aquí se explica que, mientras la cultura china se complace en apreciar la belleza de los pétalos caídos(滄桑美 [cang sang mei]), la japonesa lo hace con aquellos que caen (破壊の美 [hakai no bi]). Los segundos se deleitan, por tanto, con el proceso de destrucción, con la decadencia de la belleza. Prosigue el texto para introducir el concepto de 潔い [isagiyoi]:
A ready resolution to relinquish or end the existence of
something/oneself at an immaculate, pure or perfect condition, either
before the onset of impurity or imperfection (when or should they set
in), or at the first sign of such impurity or imperfection. It is a
kind of self-determination to let go of or withdraw something/oneself
in a dignified manner , without fear or hesitation, before the
downhill, decay or dishonour sets in. At the extreme end, this
resolution may border on madness and is prone to manifest itself in
death or destruction.
Relaciona el concepto a continuación con la muerte de Yukio Mishima, reconocido genio esteta de tendencias autodestructivas, mediante el Sepukku, el rito de muerte japonés vulgarmente conocido como hara kiri (por cierto que recuerdo un cuento de Mishima en el que una pareja de amantes de medidas y belleza apolíneas se suicidan "bellamente" tal y como explica la definición más arriba). Y de ahí pasa al 暴力美学 [bouryoku bigaku]: which bring physical violence to such an extreme that there is a strange, eerie beauty to it.
Traigo a colación todo esto porque, al margen de ser interesante, contradice completamente lo visto en Casshern. Me parece a mí, en el fondo, una serie inesperadamente optimista y que hace gala de una defensa de la belleza poco trágica y menos nipona aún, casi occidental, me atrevería a decir. Si antes había señalado la vida y la muerte como los ejes de la historia, ahora apunto la belleza como la gran baza estética y filosófica de la serie. Hay un tipo de belleza que si admitiré enraizada en el acervo cultural japonés y que está directamente relacionada con el bouryoku bigaku: Casshern está lejos de parecer un fiero guerrero. Su uniforme inmaculado y su silueta estilizada hacen pensar todo lo contrario, aunque tampoco deberíamos caer en el error de emparentarlo con un bishonen cualquiera; él es mucho más.
Cuando los personajes lo contemplan por primera vez suelen usar el adjetivo kirei ("bello, hermoso") para describirlo. Casshern es eso, la encarnación de la belleza, identificada en este caso con la vida. No sólo su figura y sus rasgos son estilizados, además se mueve, lucha, como un bailarín. Sus movimientos y sus golpes están perfectamente coreografiados con independencia de su alto poder destructivo. Casshern describe piruetas imposibles, arquea su cuerpo, dibuja figuras con sus piernas, se suspende en el aire y se precipita hacia el enemigo adoptando una pose hermosa y letal. Lucha danzando y danza luchando. En dos palabras: es fuerte y bello. Precisamente esa belleza contrasta fuertemente con su alto poder destructivo, Casshern es calificado en más de una ocasión como una máquina de matar y su poder sacralizado cada vez que alguien lo llama horobi no tenshi, "el ángel de la ruina" (y la sacralización de la muerte y de la violencia no termina aquí: Dune es apodado "el dios de la muerte").
Cuando los personajes lo contemplan por primera vez suelen usar el adjetivo kirei ("bello, hermoso") para describirlo. Casshern es eso, la encarnación de la belleza, identificada en este caso con la vida. No sólo su figura y sus rasgos son estilizados, además se mueve, lucha, como un bailarín. Sus movimientos y sus golpes están perfectamente coreografiados con independencia de su alto poder destructivo. Casshern describe piruetas imposibles, arquea su cuerpo, dibuja figuras con sus piernas, se suspende en el aire y se precipita hacia el enemigo adoptando una pose hermosa y letal. Lucha danzando y danza luchando. En dos palabras: es fuerte y bello. Precisamente esa belleza contrasta fuertemente con su alto poder destructivo, Casshern es calificado en más de una ocasión como una máquina de matar y su poder sacralizado cada vez que alguien lo llama horobi no tenshi, "el ángel de la ruina" (y la sacralización de la muerte y de la violencia no termina aquí: Dune es apodado "el dios de la muerte").
Por otro lado, tenemos otro tipo de belleza menos nipona y más universal, aquella que busca la vida, la belleza y la esperanza allí donde sólo hay muerte y ruina. En parte es Casshern, por su belleza inmaculada y su aparente inmortalidad, por su resplandeciente uniforme blanco y por su cuerpo incorruptible. Pero también las flores que se afanan en sobrevivir, los prados multicolores, una botella de cristal, un puñado de conchas marinas, la campana del episodio 7, las paredes recién pintadas de la ciudad en el episodio 12 (no en vano se titula Coloring the Moment of Living) o Ringo, por su inocencia y por representar la esperanza de que un futuro mejor es posible. Aunque este aspecto tiene también su lado negativo: será la sed desmesurada de la belleza hedonista desprovista de un respaldo moral la que conduzca a Leda a la tragedia.
Casshern sins goza de un final cerrado pero a la vez abierto, triste pero esperanzador. Al final, el mensaje es tan abrumadoramente hermoso que poco importa su ambigüedad. No hay una resolución como tal, no existe la respuesta final ni tampoco la conclusión certera. Los papeles de Casshern y de Luna se invierten y luego vuelven a mezclarse y a confundirse, y las fronteras se difuminan y se borran. Todo vuelve al principio, sólo permanece la esperanza y la certeza amenazadora de que la corrupción no sólo es posible sino además deseable y necesaria. Los personajes encuentran por fin aquello que andan buscando o simplemente no lo encuentran y dejan de buscarlo. También Casshern halla un sentido a su existencia como aquel que equilibra la balanza. Belleza, violencia, vida y muerte, he aquí Casshern sins.
1 comentario:
Tiene un tono marcadamente retro, hasta en eso. Es como estar leyendo un comic (no manga necesariamente) de hace décadas, o viendo casi una peli de las primeras décadas del XX.El primer capítulo me recordó vagamente a Frankenstein (el momento niña-ser anormal e "inocente") el 2º me ha recordado a un poco a los spagetti westerns y a cierto cine de esa misma época.Lo dicho, una joya,
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