martes, 14 de julio de 2009

LA ESPADA DEL SOL (III): EL PARTO

La producción de Horus no fue otra cosa que una larga travesía por el desierto en busca de un oasis que nunca apareció; desde luego que hubo agua, pero en lugar del oasis de fuentes de colores y de velos perfumados, lo que emergió entre las dunas se quedó en un abrevadero de bestias (que no es poco).

En la década de los sesenta, el proceloso mar de las revueltas estudiantiles, de los grupos de derechas, los militaristas y los movimientos de izquierdas amenazaba la proverbial calma (falsa, pues si bien es cierto que el espíritu nacional nipón nos parece flotar en una continua balsa de aceite gracias a la feliz mezcla de ese panteísmo ecologista, envidia de Greenpeace, que es el shintoismo, el culto tradicional en Japón, y el budismo, ya sea tamizado o no por la doctrina zen, la verdad es que, de puertas para afuera, en la medida que abandonamos el vaporoso territorio del espíritu, la morada del crisantemo, y pisamos en tierra firme, la morada de la espada, Japón cuenta en su curriculum con un buen puñado de cruentos episodios históricos; su historia, inusualmente convulsa, asombrosamente violenta, está jalonada –más bien salpicada- de guerras intestinas, de intrigas, de traiciones y de episodios insólitos – desde sus primeros contactos con China y Corea, hasta su traumática apertura a occidente y su peculiar relación de amor y odio con países occidentales y su cultura, especialmente su vínculo con Estados Unidos, pasando por las persecuciones contra los cristianos o la convulsa era Tokugawa- que han alimentado las crónicas –monogatari-, los Heikes (sic), el chambara y el kaiju eiga, por soltar un despreocupado racimo de referencias) del archipiélago nipón.

Ya algo puede deducirse de los fragmentos citados en el epígrafe anterior: la posguerra, las décadas inmediatamente posteriores a la derrota, fueron un periodo complicado para los japoneses. Muy lejos quedaban ya los felices años veinte. Los años de la aculturación occidental, en los que se copia la moda y gustos de Francia, Alemania, Inglaterra o Austria. Los intelectuales ponen sus vistas más allá, en Europa, visitan sus países, se imbuyen del espíritu “ilustrado” de los occidentales, imitan sus maneras, aprenden sus lenguas, devoran sus libros (Nietzsche, Hegel…), se impregnan de su ciencia y, de vuelta, narran y adaptan (palabra clave en el desarrollo de la civilización nipona por los siglos de los siglos) aquello que han visto a su propia cultura, lo integran con mayor o menor fortuna en su acervo cultural (algo remotamente similar ocurre siglos atrás cuando un puñado de intrépidos sabios se decide a abandonar las islas en pos de las verdades del budismo y del confucianismo a lo largo y ancho de las vastas tierras de la India y China). Los veinte también vieron nacer lo que hoy en día se conoce como eroguro, pero eso me lo reservo para un futuro monográfico.

En estas estamos cuando la dirección del próximo largometraje de Toei, que venía de realizar la magnífica Wanpaku ôji no orochi taiji , recae en un jovencísimo (parece ser que el grueso del equipo que sacó adelante el proyecto eran yogurines con pocas primaveras a sus espaldas en la industria) Isao Takahata. Es muy posible que los ejecutivos del estudio lamentaran más tarde haber puesto el proyecto en manos de semejante monstruo cinematográfico (por aquel entonces no pasaba de ser un prometedor animador) pero, una vez que la maquinaria se puso en marcha, ya no hubo vuelta atrás. Con Takahata al frente, la intención iba más allá de hacer un simple largometraje para calentar un puñado de butacas de cine. Aquel equipo de jóvenes animadores, rezumantes de optimismo, colmados de ideales, querían crear lo nunca visto en el anime, una obra sin precedentes que rompiera radicalmente con el pasado. Está claro que Horus es hijo los tiempos que lo vieron nacer y que la coyuntura, social, económica, al margen de influir decisivamente e insuflar ese inconfundible espíritu a la cinta, tal vez no fuera la más adecuada; pero sucede a menudo que en la circunstancias más adversas, en tiempos de crisis y de decadencia, el empeño y el talento de un artista (o puñado de), se eleva sobre la molicie que lo cerca, y es capaz de producir una obra de arte irrepetible, invulnerable al tiempo y a la corrupción del hombre (también Paul Grimault tuvó que afrontar grandes penurias y esperar más de dos décadas para tumbarse a contemplar su obra magna, Le roi et l´oiseau).

Wanpaku.

Para empezar, Takahata tomó como punto de partida una obra de marionetas titulada El sol sobre Chikisani (The Sun Above Chikisani), basada en la leyendas de los Ainu, los primeros pobladores de Japón (“Otro grupo minoritario objeto de discriminación desde la era Tokugawa hasta la actualidad son los ainu, o habitantes autóctonos de Hokkaido. (…) Con el fin de “niponizar” a los ainu, el gobierno Meiji aprobó en 1889 la Ley de Protección de los Antiguos Aborígenes de Hokkaido, que siguió vigente hasta la década de 1990. Esta ley prohibía las antiguas prácticas ainu y obligaba a los niños a abandonar su idioma nativo y aprender japonés. En los años de las posguerra, los líderes ainu hicieron todo lo posible por conservar su cultura, su lengua y su forma de vida”, El imperio japonés, pg. 285). No es difícil hacer una lectura entre líneas de la elección de un texto que recupera las tradiciones del pueblo oprimido por excelencia en Japón. Una reivindicación y un recordatorio a la vez, una mano tendida, un gesto de solidaridad y un llamamiento a la unión y a la lucha por la igualdad entre todos los miembros de una misma sociedad (la japonesa, derrotada, humillada y estragada por la guerra). Sin duda, los ainu eran el símbolo perfecto para transmitir un mensaje esperanzador de inequívocas resonancias socialistas. Aquí vino el primer escollo: los productores temieron que una obra basada en los ainu provocara el rechazo del público, ya fuera por aburrimiento o por miedo. El caso es que Hokkaido fue sustituida por Escandinavia, y así la nieve, el hielo y los glaciales irrumpieron en el proyecto por las bravas.

Los ainu.

Hubo más escollos, todos ellos relacionados con el proceso de producción. El presupuesto se infló. El equipo pronto se vio superado por los plazos. La búsqueda de la perfección en cada segundo de animación resultó ser, no sólo una inversión titánica en términos de tiempo de ejecución y de esfuerzo, sin además un pesadísimo lastre que terminó por mermar el resultado final (otros se quedaron en el camino, ahí está Richard Williams y su tristemente inconclusa The Thief and the cobbler). Hubo algunas escenas que no fueron terminadas de animar debidamente y, lo peor de todo, más de media hora del metraje original fue suprimida, hecho que nos conduce a la sombría reflexión de que lo que nos ha llegado no es otra cosa que un intento fallido, un conato (de ahí el oasis y el abrevadero) de la idea original de Takahata y su equipo. Sea como fuere, la película se concluyó y llegó a las salas. Horus fue un éxito en cuanto a la crítica y un estrepitoso fracaso en taquilla; sucede a menudo (Royal Space Force).

The thief and the cobbler.

Más de cuatro décadas nos separan ya de Horus. Los años ofrecen una perspectiva lo suficientemente amplia y generosa como para volver la vista atrás y tratar de entender su significado y su importancia. ¿Qué fue Horus? Horus fue el resultado del esfuerzo conjunto de un puñado de jóvenes y brillantes animadores que pusieron toda su alma en el empeño de sacudir los pilares de la industria de la animación y de lanzar un mensaje (la gran diferencia con otra obra mítica con la que comparte no pocas cosas: Royal Space Force) de esperanza a los vencidos, esto es, el pueblo japonés tras la 2GM. En este sentido, se puede afirmar sin temor a equivocarse que Horus es cine social. ¿Qué fue Horus? El debut en la dirección de Isao Takahata. El más brillante que se recuerda. Takahata despliega un impresionante abanico de registros. A veces épico, a veces lírico, intimista, frenético, cerebral, emotivo, ciclópeo, siniestro, solemne… Si la persecución de los lobos puede considerarse prodigiosa, el primer encuentro entre Hols y Hilda irradia un lirismo y una carga simbólica que sólo se halla en los sueños más portentosos. ¿Qué fue Horus? El mejor largometraje de la historia del estudio Toei Doga. ¿Qué fue Horus? El germen del estudio Ghibli. ¿Qué fue Horus? El manantial del que bebió Miyazaki en sus primeras películas (Nausicaa, Lapüta…), algo menos Takahata, que siempre mostró una mayor versatilidad. ¿Qué fue Horus? Para muchos, el primer anime adulto de la historia. Tal y como yo lo veo, esta opinión es bastante discutible. El contenido social de la cinta es indiscutible, difícilmente un niño sería capaz de aprehenderlo en su totalidad, especialmente porque, ya se ha dicho, la historia está dirigida a los supervivientes de una época muy concreta de la historia del país; aunque bien es cierto que probablemente sea la primera cuyo discurso puede resultar enriquecedor tanto para un adulto como para un infante, seña distintiva esta de las posteriores producciones Ghibli; de no ser así, convendría revisar otro largo de Toei de los sesenta, Anju to zushio-maru, que a pesar de todos sus defectos, se me antoja una obra de un calado emocional demasiado profundo y emotivo para ser asumido por un niño. ¿Qué es Horus? Uno de los mejores animes de la historia, un hito, un recuerdo feliz de infancia.

Enlaces relacionados:

Nostalgia: Hols / La espada del sol (II): Japón en los 60

PD: Juan Miguel, gracias por el texto que me pasaste.

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