Jedne noci v jednom meste, aka One night in one city, es un largometraje checo del 2007 producido por Maur Film, la productora detrás de Fimfarum y Fimfarum 2, y dirigido por Jan Belj, que también dirigió uno de los fragmentos de Fimfarum 2. Lo primero que salta a la vista, ya desde la primera escena, es que no nos encontramos ante un largometraje para niños (tampoco lo son los Fimfarum); se trata más bien de todo lo contrario. A medida que la historia avanza (no creo que hagan falta más de cinco minutos para notarlo o, al menos, intuirlo), se hace más evidente que estamos ante una obra que intenta sorprender al espectador mediante una sucesión de situaciones y de personajes del todo anormales, que oscilan entre lo siniestro y lo grotesco. No estamos ante un relato lineal, sino más bien ante una cadena de cuadros anecdóticos que se suceden unidos, asociados, por su naturaleza insólita. Durante el visionado de Jedne noci, resulta inevitable pensar en otras obras con intenciones similares, ya sea Léolo (Juan-Claude Lauzon, 1992), Taxidermia (Gyorgy Palfi, 2006) o Spiklenci slasti de Svankmajer (aka Conspirators of pleasure, 1996; la escena del crematorio canino o la del tipo que ejecuta el baile con el pajarraco en la cabeza no andan muy alejados de lo visto en Conspirators), título que, a su vez, remite, entre otros, al cine de Buñuel, pues, al fin y al cabo, lo que tenemos entre manos no es otra cosa que un puñado de obras con tintes surrealistas. Lo insólito, lo extraordinario y lo mágico conviven con lo cotidiano; ¿realismo mágico? Más bien “realismo grotesco”.
Fimfarum 2
El largometraje se divide en tres partes bien diferenciadas. La primera transcurre en una comunidad de vecinos: hay un siniestro entomólogo que se dedica a jugar con insectos muertos, un cazador de osos de peluche, un tipo que incinera perros, un drogadicto que esnifa todo lo que se pone a tiro de su narizota, y una familia más pobre que las ratas, que representa una escena a medio camino entre La quimera de oro y El sueño de una noche de verano. El hilo conductor de esta primera parte lo constituyen unas hormigas que aparecen en los títulos de crédito y que recorren el edificio de arriba abajo, relacionando a unos vecinos con otros.
La segunda parte es sin duda la más lograda y la más interesante. Si hace un par de meses, a propósito de Visions of Frank y de Le planete sauvage, comentaba el intento de estas dos obras por recrear un universo propio, regido por sus propias reglas, por una lógica interna no evidente a primera vista, ahora vuelvo a sacarlo a colación por el simple hecho de que este fragmento triunfa allí donde los dos títulos mencionados no lo acababan de conseguir o simplemente fracasaban. ¿Cómo describir esta parte? En primer lugar, supone un punto y aparte con respecto a la primera; si bien ésta y la tercera tienen una ambientación nocturna y más bien sombría, más propia de un film de Svankmajer o de los Quay (las calles de la ciudad me hicieron pensar vagamente en la ciudad desierta de The hunger artist de Tom Gibbons), ésta es mucho más colorida y amable a la vista, más en la línea de los Fimfarum. El protagonista es un árbol de costumbres antropomorfas y hábitat humano. Los aciertos consisten en los pequeños detalles que nos recuerdan que nos encontramos ante un árbol y no ante una persona, a pesar de su comportamiento, similar pero distinto al mismo tiempo. Por ejemplo, el hecho de que antes de salir a la calle se calce una maceta en cada pie, como si de zapatos se tratara, o de que, en lugar de beber por la “boca”, vierta el agua directamente en sus zapatos/ macetas; todo un signo de coherencia y de originalidad. El comportamiento no es completamente humano aunque sí su sentido y, lo más importante, es perfectamente inteligible para el espectador. Hay otros gestos menos humanos, pero totalmente acordes y coherentes con la naturaleza de los personajes, como los pájaros que anidan en las ramas del árbol, las hojas que caen en otoño de su “cabeza” o la escena del “árbol de navidad”.
Por el contrario, hay otros elementos que escapan de cualquier explicación funcional, y que entran ya en las arenas movedizas de lo poético, como el tren-tetera, el nido que el pez usa como sombreo, las pajitas de colores que éste lleva consigo y, sobre todo, la ofrenda en el cementerio, que arranca con la caída de una manzana madura de las ramas del árbol, justo después de pasar por la peluquería; probablemente la secuencia más inspirada de esta parte y, por ende, de toda la cinta. Digamos que este fragmento combina hábilmente aquello hechos que pueden entenderse perfectamente desde la lógica convencional a pesar de estar tamizados por la naturaleza particular de los protagonistas, un árbol y un pez, y del mundo irreal que habitan, y aquellos que no necesitan justificación alguna porque no son otra cosa que el fruto de la creatividad y de la imaginación de los autores (el solo de guitarra frente a la ventana, por ejemplo).
La tercera parte nos devuelve de nuevo a la ciudad y guarda más similitudes con la primera, con la que enlaza mediante la anciana acompañada de un perro que se dedica a encender las farolas de las calles. Esta parte retoma el tono de la primera aunque deriva más hacia el relato fantástico. Un elefante sobrevolando los tejados de la ciudad nada más comenzar así nos lo hace saber: lo que vamos a ver pertenece al dudoso reino de la noche y del ensueño. Un músico callejero que encuentra la inspiración gracias a la oreja perdida de Van Goh que un transeúnte con la cabeza vendada le deja como propina; un enamorado que acude a una cita en una cafetería frecuentada por fantasmas, con un final sacado directamente de El resplandor; y, por último, las visiones etílicas erótico-festivas de dos borrachos, que bien podrían firmar Svankmajer o Borowczyk. Como ya ocurriera con las hormigas en la primera parte, hay una serie de elementos que engarzan una escena con la siguiente: la anciana de las farolas que pasa junto al músico; la oreja que éste se corta para reemplazarla por la de Vang Goh es arrojada a la calle y devorada por el perro de la anciana, que casualmente pasa junto al joven enamorado, a cuyo lado pasan los dos borrachos camino del pub…
Como anécdota (para nosotros, desde luego no para el director), señalar que la producción del largometraje fue bastante complicada (problemas económicos, no en vano es el largo de animación más caro de la historia de la República Checa) y que la obra tardó cuatro años en completarse. A pesar de que el deseo de sorprender continuamente al espectador con situaciones inverosímiles y personajes extremos, hazaña que ya cuenta con precedentes y que resulta arriesgada y complicada, es el punto flojo del título que nos ocupa, Jedne noci v jednom meste bien merece sesenta minutos de nuestro tiempo, sobre todo para los amantes del cine de animación, de las marionetas, del cine checo y de las películas “raras” en general.
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