viernes, 22 de abril de 2011
jueves, 21 de abril de 2011
SEGUNDO DE CHOMÓN EN DVD
Hace ya algún tiempo que salió al mercado, pero no está de más decir que Cameo sacó un dvd con buena parte de la obra de Segundo de Chomón acompañada de libreto en español, catalán e inglés; para no perdérselo.
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viernes, 18 de marzo de 2011
JAPÓN
Japón vive por segunda vez bajo la amenaza nuclear. La primera fue en Hiroshima y Nagasaki hace más de seis décadas. Sufre, además, el azote de las placas tectónicas por enésima vez en su historia: terremoto de Hōei (1707, más de 5.000 muertos), terremoto de Kanto (1923, 105.385 muertos y más de 37.000 desaparecidos), terremoto de Kobe (1995, 6.436 muertos), terremoto Chūetsu (2007, 9 muertos y 9000 heridos), terremoto de Iwate-Miyagi Nairiku (2008, 12 muertos y 435 heridos), terremoto de Shizuoka-Oki (2009, 1 muerto y 143 heridos), terremoto del sur de Japón (2010, no hubo víctimas).
Este archipélago compuesto de más de seis mil islas vive a merced de los elementos. El país que está a la vanguardia del desarrollo tecnológico, que ha puesto sus conocimientos al servicio de la lucha contra los movimientos sísmicos, contempla impotente cómo se suceden las catástrofes sobre su territorio. Han pasado más de tres siglos entre el terremoto de Hōei y la tragedia que nos tiene en vilo estos días; la conclusión es que los japoneses siguen estando indefensos ante la naturaleza.
Sabedores desde tiempos inmemoriales de su debilidad, han adorado a la naturaleza como si de un dios se tratara, y han bendecido cada uno de sus elementos como una divinidad (los kami). Éste es el orígen del Shintoismo, la religión autóctona del archipiélago. Los japoneses veneran y se alían con la naturaleza. Ella los protege y les proporciona lo que necesitan, pero a veces también los castiga con crueldad, y ante su empuje, no hay mucho que se pueda hacer.
Entre la foto que encabeza esta entrada y la que la cierra han pasado sesentaiséis años. La primera pertenece a Hiroshima y la segunda a Otsuchi. Otsuchi y Fukushima serán los Hiroshima y Nagasaki del siglo XXI. El episodio del bombardeo no fue otra cosa que el triste cénit de un gigantesco conflicto bélico que marcó un antes y un después en la historia del pueblo vencido. Las generaciones posteriores que seguimos con atención el desarrollo de la ficción narrativa japonesa (el manga, el cine, la literaura...), hemos sabido de él a través de aquellas obras que refieren el acontecimiento de manera directa (Hadashi no Gen, Kuroi Ame... La lista es interminable) y, sobre todo, las que lo hacen indirectamente a través de la cultura de masas (para adolescentes.) Seguro que más de uno nos hemos descubierto estableciendo paralelismos entre las imágenes de los pueblos desolados por el tsunami (Otsuchi en boca de todos) y de la central nuclear de Fukushima con aquellas de muerte, desolación y amenaza nuclear de Akira, Evangelion, Doomed Megalopolis, y tantos y tantos.
Es innegable que no pocos de los integrantes de estas generaciones tenemos un fuerte vínculo cultural y/o sentimental con Japón; aunque sea por la sencilla razón de que hemos crecido con sus héroes, con sus mitos y con sus leyendas frente al televisor; y también porque después muchos nos hemos preocupado (y afanado) por seguir alimentando (y prolongando) esta etapa de nuestra infancia (en este mismo blog, en la sección nostalgia)
La ciencia ficción es el género por excelencia del manga-anime. Buena culpa de ello la tiene Tezuka, pero los orígenes incuestionables de esta tendencia son básicamente dos: la (forzosa) apertura a Occidente de Japón y la bomba atómica sobre Hiroshima. Se dice que el énfasis que ponen los japoneses en los invasores venidos del cielo, de otro planeta o de una dimensión paralela, proviene de la identificación de estos seres con los bárbaros extranjeros, los americanos, durante la ocupación tras finalizar la SGM; y en menor medida españoles, portugueses, holandeses e ingleses en siglos pasados. La amenaza cae del cielo como la bomba sobre Hiroshima, y Tokyo / Neo-Tokyo / Mega-Tokyo es irremediablemente reducida a escombros (el desolador final de Urotsukidoji es el epítome supremo, y Godzilla el exponente más celebre y citado). La ficción japonesa, decía, ha venido nutriéndose de estos dos acontecimientos, y Occidente los ha consumido bajo la máscara de la ciencia-ficción, del terror o de ambas, sin saber muy bien de dónde venían ni cuál era el verdadero significado.
Esta, ya digo, ha sido una de las muchas herencias de la convulsa historia japonesa del siglo XX. No es descabellado pensar que Fukushima y Otsuchi, Otsuchi-Fukushima, jugarán un papel muy similar en el presente siglo. En forma de testimonio, en forma de ficción explícita para derivar, inevitablemente, en las especulaciones de la ficcón de (sub)género. La diferencia es que esta vez tendremos una perspectiva mucho más amplia, directa y cercana, aunque siempre por encima de la barrera, quién sabe si lo suficientemente alta y distante.
Estoy convencido de que la función del arte es sublimar la vida. Aislar, estudiar y cultivar con esmero todo aquello que nos produce dolor y alegría. Es la única manera de superar la realidad cuándo ésta se revela insuficiente o simplemente insoportable (insportablemente dolorosa, insoportablemente escasa). La sublimación conduce a la catarsis, al llanto en voz alta sin vergüenza ni consuelo. Es la mejor forma de arrancarnos de dentro el peso que nos atormenta y mirarlo directo a la cara; sin miedos, sin complejos. Al contemplarlo, nos contemplamos a nosotros mismos. Gracias al arte la vida es más soportable.
Japón tiene por delante una dura tarea. Primero dominar, si es posible (recemos porque así sea), la amenaza nuclear; segundo la reconstrucción. Sólo cuando la vida, la propia continuidad de la especie esté asegurada, vendrá el descanso, el enjugarse la frente y la caída de los miembros agotados. Será entonces cuando los testimonios salgan a la luz para componer el lienzo completo de la tragedia. Habrá sentimientos encontrados, recuerdos confusos, y toneladas de dolor tiñiendo y deformándolo todo. De ellos nacerán las primeras historias, las primeras ficciones, el arte... Nosotros estaremos ahí para escucharlas, y esta vez sabremos con certeza de dónde vienen, la dimensión de la catástrofe y la profundida del dolor que las alimenta. Es sólo cuestión de tiempo.
Mientras tanto, sólo nos queda esperar que todo se desenvuelva lo mejor posible; y por supuesto ayudar. Ayudar en la medida de nuestras posibilidades.
domingo, 27 de febrero de 2011
ASHITA NO JOE EN ESPAÑOL
Que nadie se altere, no hay planes de editar esta serie en español (dudo que los haya nunca). Esta entrada está dedicada al esfuerzo de los chicos de Ashita no Project Team que han subtitulado los 79 episodios de la primera temporada. Es poco frecuente ver series clásicas subtituladas en nuestro idioma. Los fansubs latinos no suele intesesarse por títulos anteriores a los 80, y poco el material comprendido entre las décadas 60 y 70 al que podemos acceder en castellano suele ser doblado, rara vez subtitulado (o al menos no subtitulado por los propios aficcionados). Ashita no Joe llevaba ya un tiempo dando vueltas por los foros, pero casi siempre se descartaba como proyecto por ser "larga" y/o "vieja"; craso error. Estamos ante una de las series más míticas de la historia del anime, basada en un clásico del manga cuyo protagonista, Joe Yabuki, alcanzó en su día el estatus de icono de la cultura popular nipona (ahí está el episodio de su funeral público). Osamu Dezaki, Akio Sugino y Shingo Araki son tres de los nombres más sobresalientes implicados en el proyecto. Creo que cualquier aficcionado a la animación japonesa con un cierto grado de interés está familiarizado ya con estos gigantes; para quien los desconozca, recomiendo darse una vuelta por google a ver qué descubre. Ya digo, un título fundamental en la historia del anime al que hasta ahora injustamente no se le había prestado mucha atención.
No había muchas formas de ver la serie hasta hace poco. Los 47 episodios de la segunda temporar estaban disponibles via fansub; sin embargo la primera era harina de otro costal. Había que rascarse el bolsillo y hacerse con los tres packs de la edición hongkonesa horriblemente subtitulada (a base de Power Translator) al inglés (como la mayoría de los bootlegs), o rascarse el bolsillo bastante más y hacerse con la edición italiana (Rocky Joe); o por último, conseguir los capítulos en su idioma original y ponerse a estudiar japonés como un loco. Por suerte la situación ha cambiado. A mediados del 2009 la gente del Ashita no Project comenzó a subtitular y a colgar episodios y han seguido así hasta hace unos días. Después de casi dos años, la serie está completa, y puede verse y disfrutarse en nuestro idioma. Otras comunidades, en otros países, la gran mayoría, aún siguen esperando poder verla en un idioma accesible para ellos algun día. Nosotros ya podemos disfrutar de ese privilegio.
Desde aquí gracias y ojalá vengan más como éste.
sábado, 19 de febrero de 2011
WANPAKU OUJI NO OROCHI TAIJI (YUGO SERIKAWA, 1963)
Antes de Wanpaku ouji no taiji no había nada. No más que un puñado de largometrajes ejecutados con mayor o menor fortuna, salpicados de un número limitado de escenas memorables y cargados de buenas intenciones. Wanpaku fue la primera obra maestra incostestable de la Toei, y una de las que se elevan más alto entre las producciones del periodo clásico junto con Horus y Tatsu no ko Taro. Hablamos de una obra completamente redonda, nutrida por el espléndido trabajo de todo el equipo que, a la vista está, no ha dejado de ganar enteros con el paso de las décadas. Es una película memorable y absolutamente única en su género.
Ya de partida el diseño supuso una ruptura con lo que venía siendo lo habitual en los títulos de la Toei. Figuras cerradas de contornos redondeados, compactas y sintéticas, esquivas al detalle y endiabladamente dinámicas. Este esfuerzo cercano al milimalismo, próximo a lo icónico y enemigo del ribete y del adorno superficial, es lo primero que salta al ojo. Es imposible que pase inadvertido. Si la memoria no me falla, será la primera vez que presenciemos esta opción estética durante este periodo (exceptuando tal vez Gulliver). La sencillez del trazo y de la composición agiliza y facilita el proceso de animación y esto, a su vez, dispara las posibilidades de las escenas de acción, que son las más espectaculares que hasta entonces se habían visto por aquellos fueros. La filosofía de la austeridad expresiva se traslada también al diseño de los escenarios, tan sencillos y planos que recuerdan a veces a las estampas de Henri Rousseau, y al uso del color, de escasa gradación. Sea como fuere el resultado es una película con un aspecto verdaderamente "moderno", en el sentido menos despectivo del término, completamente adelantada a la industria que la engendró y al terreno del largo. Alguien señala que la sencillez que abandera tiene mucho de la estética UPA; razón no le falta.
Si Horus y Takahata (que por cierto, participó aquí como Ayudante de Dirección) vinieron con un pan bajo el brazo, Serikawa y Wanpaku lo hiceron al menos con una hermosa rebanada de pan de pueblo. La secuencia que abre Horus tiene un anticipo en la que cierra Wanpaku. He creído ver mucha de la potencia cinética y del virtuoso montaje del combate con la manada de lobos en la agotadora batalla que Susanoo libra con el dragón. Hay dos escenas que inciden particularmente en este aspecto. La primera es la lucha entre Susanoo y el dios del fuego. Los movimientos de las llamas aquí están verdaderamente conseguidos. Dotan a la escena de ese dinamismo ligero y fluido del que vengo hablando. Toda la lucha es un estupendo ejericicio técnico en el que se nos muestra cómo animar con soltura uno de los elementos más difíciles de la naturaleza, el fuego (con permiso del agua y, por su puesto, del humo). Fantástico también el uso del color, que reproduce la textura y el relieve de las llamas y del entorno volcánico en el que transcurre la acción. Esta es sin duda una de las mejores escenas de toda la película.
La segunda de la que hablo es la más famosa, un verdadero pináculo de la animación clásica. Se trata de la lucha final entre Susanoo y el dragón de ocho cabezas que da título al largo. Dura aproximadamente veinte minutos y con ella culmina y se cierra la historia. Aquí hay mucho de lo que hablar. Para empezar la inolvidable aparición del monstruo, que asoma la silueta de su lomo erizado de escamas, recortada sobre el pico de una montaña en mitad de la noche. La imagen es inolvidable, pues sin haber mostrado gran cosa ya nos hace temer lo peor. Depués los ojos de sus múltiples cabezas brillando en la oscuridad, un par de ramas que se parten ante el empuje de una fuerza invisible, y por último la aparición, poco a poco, de una en una, maravillosamente reforzada por la banda sonora, de las formidables ocho cabezas. El diseño de las cabezas es un claro exponente de este estilo funcional al que me he referido. Su forma es prácticamente la de un prisma rectangular rematado con ojos y cuenos. Los ojos son ovoidales, completamente en blanco y carentes de pupila o similares. Este detalle le resta expresividad al rostro del monstruo, que a diferencia de otros muchos villanos, es simplemente una bestia desprovista del don de la palabra, del todo inhumana y ajena. Son pocos los colmillos que asoman; la lengua y el interior de las fauces aparecen levemente insinuadas. En suma, las cabezas dan la impresión de ser un todo completamente macizo, no así los largos cuellos que las sostienen, que aportan una movilidad endiablada durante el combate.
La principal dificultad de la escena consistía orquestar el movimiento de ocho cabezas de modo que cada una de ellas se moviera con vida propia y, además, de entrelazarlas entre sí y con los arreones del héroe, que aquí ataca a lomos de un caballo (¿poni?) volador. Hay un momento exraordinario en que una de las cabezas cae abatida por una lanza y, ya moribunda en el suelo, comienza a retorcerse y a escupir fuego completamente fuera de control. El otro punto fuerte a mi entender es el montaje, que aquí se torna ágil y eléctrico a medida que se acerca el final de la batalla y se acentúa el dramatismo. Probablemente no llegue a los niveles de Horus, pero se me antoja bastante potente y arrojadizo. Es la primera vez que el director hace uso de él, ni siquiera en el enfrentamiento con el dios del fuego vemos venir algo semejante.
Hay más escenas: la pelea con el pez gigante, toda la parte que transcurre en el palacio submarino y también aquella en cielo (que se adelanta y se asemeja a la vista dos años más tarde en Uproar in heaven y, por ende, en aquellas producciones animadas del Shanghai Animation Film Studio que mostraban la morada de los dioses, estéticamente muy similares a la que nos ocupa hoy), el combate con el tigre... A propósito del cual me gustaría sacarme una feflexión de la manga. Recuerdo haber leído una discusión (precisamente a propósito de Horus) en la que contraponía el estilo Disney ("The illusion of life") con el japonés ("raw animation"); esto es, en términos muy mundanos, mientras el primero busca una aproximación realista al movimiento mediante la animación, es decir, intenta retratar la realidad lo más fielmente posible, con el propósito de capturarla, de imitarla, el segundo sólo busca la verosimilitud, que la impresión del movimiento sea totalmente creíble para el espectador, a pesar de que lo que se le presente no sea real, no se produzca de ese modo en la naturaleza. Ejemplo: en la lucha entre el tigre y Susanoo hay un breve encuadre frontal del felino corriendo hacia el chico. Lo que aquí vemos es la cabeza del bicho y parte de las patas delanteras enmarcadas en un plano medio, agitándose de manera mecánica, todo ello aderezado por las ya clásicas líneas cinéticas sobre un fondo completamente blanco. Se elimina el fondo y se añaden las líneas cinéticas, nada de esto es real, ni encontramos estas mismas líneas, ni las imágenes se disuelven en la vida real; sin embargo uno no piensa en eso cuando ve al tigre correr, porque entiende que es una forma de indicar que va a gran velocidad. Eso es el anime, la impresión sobre la descripción (aunque en honor a la verdad habría que decir que la animación de las cabezas del dragón en Wanpaku tiene una aproximación seudo-realista).
Por contra Disney habría optado por un plano general en el que el espectador pudiera apreciar toda la musculatura del animal moviéndose en plena carrera, tal y como se produce en la realidad. Ni líneas cinéticas ni fondos en blanco, la realidad tal y como la percibe el ojo humano. No sé si tigres, pero si me consta que a veces ponía a sus animadores delante de animales de carne y hueso (caballos) y les hecía estudiar sus movimientos para reproducirlos posteriormente lo más fielmente posible; eso es Disney, la descripción de la realidad, la ilusión de la vida ("The illusion of life") que brota en la gran pantalla.
Susano contra el dragón, por Tsukioka Yoshitoshi.
Hay otro aspecto nada desdeñable que casi todos coinciden en resaltar, y no es otro que la banda sonora. Fue compuesta por Akira Ifukube, compositor de prestigio, frecuente en las partituras de las Kaiju-eiga. Potente, épica, sinfónica... También están esos fantásticos coros absolutamente deliciosos... Y ya por último, centrándonos un poco en la historia en sí: al igual que la mayoría de los largos de la Toei de la época, el argumento se nutre de la mitología, en este caso nipona. Concretamente, de hechos relatados en el Nihon Shoki y el Kojiki. El espectador medianamente familiarizado con las leyendas japonesas reconocerá sin esfuerzo a Susanoo y a la serpiente de ocho cabezas, Yamata no Orochi, a Izanagi e Izanami, y también los episodios del espejo en la cueva y el de la creación del archipielago japonés con el que comienza la historia.
Más allá de lo dicho y tal y como yo lo veo, Wanpaku es la historia de un niño que se niega a aceptar la muerte de su madre. Incluso podría afirmarse que es la historia de un niño que ni acepta ni entiende el ciclo de la vida, y que se ve abruptamente arrancado de su niñez por uno de esos episodios que marcan para siempre la vida de cualquier niño, sea mitológico o no, el fallecimiento de la madre. En contra de la voluntad del padre (el adulto, el que acepta y entiende), Susanoo emprende un viaje imposible, completamente descabellado, en busca de su madre (he aquí un proto-Marco) y, sin saberlo, intenta de este modo subvertir el orden natural (rescatándola de las garras de la muerte y devolviéndola a la vida). Ni que decir tiene que el viaje, iniciático, simbólico, interior, como casi todos los viajes, termina enfrentando a Susanoo con la verdad, que tiene dos caras, la terrible, la del dragón de ochos cabezas, y la amable, la del cuerpo de la misma bestia trocado en río, en valle y en flor; la vida que se genera a partir de la muerte. Tras exterminar al dragón, Susanoo ve a su madre por última vez. Hablan. Ella le dice que ahora está en un lugar maravilloso y que algun día estarán juntos de nuevo. Susanoo debe aceptar las cosas tal y como son, en otras palabras, aprende a ser feliz en este mundo hasta que te llegue la hora de irte al otro.
Más allá de lo dicho y tal y como yo lo veo, Wanpaku es la historia de un niño que se niega a aceptar la muerte de su madre. Incluso podría afirmarse que es la historia de un niño que ni acepta ni entiende el ciclo de la vida, y que se ve abruptamente arrancado de su niñez por uno de esos episodios que marcan para siempre la vida de cualquier niño, sea mitológico o no, el fallecimiento de la madre. En contra de la voluntad del padre (el adulto, el que acepta y entiende), Susanoo emprende un viaje imposible, completamente descabellado, en busca de su madre (he aquí un proto-Marco) y, sin saberlo, intenta de este modo subvertir el orden natural (rescatándola de las garras de la muerte y devolviéndola a la vida). Ni que decir tiene que el viaje, iniciático, simbólico, interior, como casi todos los viajes, termina enfrentando a Susanoo con la verdad, que tiene dos caras, la terrible, la del dragón de ochos cabezas, y la amable, la del cuerpo de la misma bestia trocado en río, en valle y en flor; la vida que se genera a partir de la muerte. Tras exterminar al dragón, Susanoo ve a su madre por última vez. Hablan. Ella le dice que ahora está en un lugar maravilloso y que algun día estarán juntos de nuevo. Susanoo debe aceptar las cosas tal y como son, en otras palabras, aprende a ser feliz en este mundo hasta que te llegue la hora de irte al otro.
Hasta hace poco encontrar Wanpaku costaba un huevo y parte del otro. Afortunadamente la situación ha cambiado bastante de un tiempo a esta parte. En www.bakabt.com hay una versión con subtítulos y audio en inglés a partir del DVD original que yo mismo subí hace algún tiempo. En www.asia-team.net podéis encontrarla doblada al español si no recuerdo mal. Está en Youtube y disponible en bastantes trackers. Usad San Google y la encontraréis sin demasiados problemas. Que nadie se quede sin verla, ya no hay excusa que valga.
lunes, 10 de enero de 2011
REDES
Se pueden ver los iconos a la derecha. A pesar de ser unos carrozas digitales, ya estamos en Facebook y Twitter.
domingo, 9 de enero de 2011
NOSTALGIA: EL CASCANUECES
Un corto muy navideño. Otro recuerdo de infancia. En 1973 Boris Stepantsev dirige este Schelkunchik, basado en el cuento de Hoffman El cascanueces y el rey de las ratas y tomando prestadas algunas partituras de Tchaikovsky para la banda sonora. Al igual que con El califa cigüeña, destaca la dirección artística, que corre a cargo de Nikolai Yerykalov y Anatoly Savchenko. Los fondos brillan con luz propia y tienen no poco en común con lo que se verá tres años después en Muha-Cokotuha, donde Stepantsev y Savchenko volverán a coincidir.
Dos momentos: el primero, la aparición del rey (¿o reina?) de las ratas, un roedor gordo y negro que asoma sus tres cabezas a través del suelo del palacio. El segundo consiste en la transformación en cascanueces, inmisericorde y grotesca donde las haya. Otro fragmento del puzzle de la infancia recuperado junto con El califa cigüeña, un poco más de nostalgia. Ideal para estas fechas.
Como anécdota, señalar que la versión original no tiene diálogos. Posteriormente se añadieron diálogos y la voz de un narrador para la diferentes versiones: inglesa, francesa, española... El que puso la voz en castellano no fue otro que Julio Iglesias; sí, ese mismo que jugaba en el Castilla y colgó las botas para ponérselas después de múltiples maneras, el cantante de toda la vida.
Disfruten: El cascanueces.
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