Desde el principio, Urotsukidoji sufrió ciertos lastres
en su comercialización en occidente: fue doblada, cortada, censurada y
remontada. Lo que originalmente eran una serie de tres O.V.A.s
(«Original Video Animation»: surgidos a principio de los 80, son
productos concebidos para el formato doméstico —VHS, LD, DVD,
BD— que suelen oscilar entre los 45 y 60 minutos de duración) de una
duración cercana a los 150 minutos, quedó reducida a un montaje en forma
de largometraje de poco más de cien. No ha sido hasta la aparición de Urotsukidoji: the perfect collection
que hemos podido disfrutar de la obra tal y como fue concebida
originalmente: sin cortes, sin censuras y con las voces japonesas. Dicho
esto, debo hacer hincapié en que nunca ha sido una obra fácil de
catalogar; ahí radica, en mi modesta opinión, su punto débil y también
el más fuerte: aquellos que busquen sólo hentai se llevaran un fiasco;
los que busquen terror encontrarán de más no pocas escenas; y así con
las distintas clases de público y de expectativas: Urotsukidoji
es mucho más que la suma de sus partes. En términos de crudeza, ningún
anime me ha impresionado tanto en los últimos veinte años (exceptuando,
tal vez, la tercera entrega de la trilogía Berserk: la edad dorada).
La película es un gigantesco tornado en cuyo corazón se revuelcan,
copulan y despedazan el porno, el terror, la necrofilia, el gore, el
bestialismo, el fetichismo, la fantasía, la cifi, el kaiju eiga, la
mitología y la épica. Es difícil encontrar una obra que oscile de forma
tan brutal entre la repugnancia y la belleza, entre la esperanza y la
desesperación, la violencia extrema y la ternura; la más espectacular y
apocalíptica de todas las películas apocalípticas, coronada con un
apoteosis de proporciones bíblicas, una epifanía indeleble.
Este párrafo pertenece a una extensa reseña que he escrito para Almas Oscuras sobre Urotsukidoji, una de mis películas favortitas de todos los tiempos. Podéis leer la reseña completa aquí y ver la película aquí: