No tengo por costumbre comentar estrenos recientes, y mucho menos tratándose de un título como éste, que ya cuenta con un buen puñado de reseñas (y lo que te rondaré morena…) en la red; sin embargo, dado que ando escaso de tiempo para elaborar entradas más extensas y documentadas, me voy a limitar a dejar una breve reseña sin muchas pretensiones para darle a esto un poco de vidilla. Los primeros minutos de
Ponyo exudan extrañamiento por los cuatro costados. Resulta difícil sustraerse a la fascinación que despierta la escena inicial, una extraña coreografía de criaturas submarinas en plena efervescencia, una amalgama de tentáculos, escamas, aletas y cuerpos polimorfos. Se trata de un espectáculo exuberante a la vista, a pesar de lo complicado que se hace discernir las partes del todo orgánico, aprehender, delimitar e individualizar los límites físicos de la masa palpitante que se agita en las profundidades. Lo que está claro es que ahí abajo, sumergida en las fosas marinas, late con fuerza una poderosa forma de vida, incomprensible y poco agradable a la vista, a los ojos humanos, pero no por ello menos legítima o fascinante; tales son las fuerzas de la naturaleza en la obra de Miyazaki. La gran virtud de esta escena inicial, al margen del evidente placer estético, no sólo por la excelente animación en sí, sino por aquello que se muestra, que ejerce una fascinación que oscila entre lo amorfo y lo exótico, una suerte de estética de lo feo, una belleza extravagante en tanto que apenas inteligible, radica en la cantidad de interrogantes que lanza sin contemplaciones al espectador en cuestión de segundos sin necesidad de usar ni una sola línea de diálogo,
ni una sola palabra. “¿Dónde?”, “¿Quién?”, “¿Cómo?” y “¿Por qué?” se repiten hasta la saciedad. El resto del largometraje será una intentona por dar respuesta a todas estas preguntas mediante la dramatización de las explicaciones y de su proyección en una línea argumental, es decir, a través de una historia. Y digo “intentona” porque hay cosas que no quedan demasiado claras o que no llegan a ser aclaradas nunca (aunque sin llegar al nivel de la tristemente infame
Cuentos de Terramar). La primera parte de la película se limita a desarrollar la escena inicial, que epitomiza por sí sola el espíritu de
Ponyo. El extrañamiento se prolonga y pisa con fuerza el mundo de los humanos hasta el punto de desbordarlo. La segunda parte consiste en el “achique” del problema planteado en la anterior. Las respuestas que se ofrecen en ella entrañan ya el germen del conflicto, el verdadero motor de la historia, que será resuelto más tarde. Las explicaciones nacen de la dramatización del desarrollo y de la resolución del propio conflicto. ¿Alguien ha entendido algo? Yo tampoco: La primera parte está muy bien, llena de sorpresas, y la segunda es un poco plomo y, además, predecible. Con todo, estamos ante una buena película, con un tema musical muy pegadizo que nos pasamos (¿o no, Chinita?) dos días tarareando sin parar.
Lo más valioso de
Ponyo es que recupera el espíritu de
Mi vecino Totoro, tal vez el mejor
anime de la historia. La herencia, o la reminiscencia, o el calco, si se quiere, más allá de la partitura o de los títulos de crédito, reside en el propio Ponyo, como encarnación bondadosa y nunca amenazante de las fuerzas de la naturaleza (como Totoro); en su aspecto ingenuo y dulzón (como Totoro), así como en sus “poderes” y su manera de emplearlos, incluyendo toda la mímica y el lenguaje corporal que precede a los pequeños milagros (Ponyo parece inspirar profundamente e hincharse como un globo de aire, justo como Totoro); en su capacidad para empatizar y entender a los más pequeños (
ídem); en su aspecto dulzón y en su diseño, carismático donde los haya, y es que no me cabe la menor duda de que los peluches de Ponyo se van a vender como churros, yo al menos no he visto nada más goloso desde los tiempos de
Totoro.
Ya le hemos visto, a destiempo y de forma no muy lícita según algunos, pero allí estaremos cuando llegue a la gran pantalla dispuestos a vaciarnos los bolsillos para verla otra vez, porque nos interesa, nos estimula y agita nuestra curiosidad y, sobre todo, porque hablamos de buen cine; a lo mejor hay que empezar a preguntarse porqué en España nadie va a ver películas de producción propia y, por favor, que nadie se engañe con eso de la piratería, no conozco a nadie que se descargue cine español, los grandes perjudicados son de puertas hacia fuera. Los años sí pasan en vano, seguimos haciendo películas de Esteso y Pajares (en su día grandes) remozadas con Photoshop. Nos sobra llanto y nos falta talento (lamento el off topic).