He ido retrasando Redline, y ahora que por fin la he visto, me arrepiento de no haberlo hecho antes; me lo he pasado como un enano.
La trayectoria de Takeshi Koike como director, si bien breve hasta la fecha, es bastante coherente. Debuta con el corto World record en la memorable Animatrix. Le sigue Trava: fist planet, y desemboca en esta Redline.
Ya desde su debut apreciamos la mayoría de sus constantes, su sello personal: por temas, la velocidad; como director, gusto por el encuadre extremo y los planos detalle; como animador, deformación extrema de los cuerpos y de los objetos; como diseñador, personajes que no responden a la clásica estética anime: desprecia los ojos grandes y los rostros redondeados, predominan los angulos duros y afilados. Y lo más llamativo a mi parecer: uso de una paleta de colores sin graduación, y brillos metálicos y sombreados un tanto retro; es como ver un anime de los 80 remasterizado en Bluray. Ese es el efecto. Los brillos de los objetos remiten directamente a los mechas ochenteros, también los hacen las franjas negras y curvas que conceden la sombra y el volumen.
El título en cuestión es bastante particular. Redline es como una versión pasada de rosca á la japonesa de los Autos locos. Buena parte de las ideas de la cinta ya se presentían en Trava, cuyos personajes repiten aquí con cameo. Hay un poco de cifi, un poco de western, un poco de mecha, un poco de La patrulla galáctica y otro poco de cyberpunk. Pero Redline es, ante todo, un festín visual, un homenaje a la animación como no veía en años. Es una película que puede verse perfectamente sin mirar los subtítulos ni una sola vez. Hay poco que contar. La historia va de una carrera salvaje. Y ahí se acabó todo. Se trata más bien de una excusa para lucimiento de los animadores, los artesanos que han pergeñado esta joya. Velocidad, diseños espectaculares, brillos, rayos, subidones, deformaciones... Cada plano, cada encuadre ofrece algo con lo que recrear el ojo. Hay mucho cuidado y esmero en cada fotograma. El espectador que sepa apreciar la animación no dejará de sorprenderse ni un solo segundo. Esta devoción absoluta hacia la forma por encima incluso del contenido, esta capacidad de admirar, me ha hecho pensar en otro animador singular: Masaaki Yuasa y su Mind Game. Pero mientras este intentar insuflar un poco de trascendencia a sus trabajos, Koike opta simplemente por la diversión sin pretensiones, y eso es algo de agradecer; y mucho.
Ya digo, uno puede pasarse los cien minutos que dura Redline recreándose en la belleza de las formas sin echar en falta nada más. Una trama elaborada, giros de guión, personajes profundos, un poco de metafísica... Pamplinas: animación en su estado más puro.
No recuerdo haber visto nada parecido en el terreno del largo desde Fehérlófia, y eso son palabras mayores. El mérito de Koike y su equipo es haber camuflado unos medallones de buey con salsa Pedro Ximenez en el envoltorio de un kebab. Y a mí me pirran los kebab; mejor cuanto más grasientos.
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