Lo primero que hay que aclarar es que existen dos versiones de esta película o, para ser más exactos, que el título que nos ocupa es una versión de una película anterior (unos veinte años) y que ambas han sido dirigidas por la misma persona. Es, salta a la vista, un hecho singular en la historia de la animación. Así que primero tenemos La Bergère et le ramoneur (1952), uno de los primeros largometrajes animados de Francia (este honor corresponde a Jeannot l'intrépide, de 1950, del húngaro Imre Hadju/ Jean Image), dirigida por Paul Grimault y coguionizada con el poeta y guionista Jacques Prévert (con quien colaboró por primera vez en Le petit soldat, cortometraje que podría tomarse como un tímido precedente), a partir del cuento La pastorcilla y el deshollinador de Hans Christian Andersen, con una duración aproximada de 63 minutos.
Le petit soldat (1947)
Parece ser que Paul Grimault se vio obligado a terminarla antes de tiempo (en realidad no lo hizo, la película se estrenó inconclusa, a falta de una quinta parte por rodar) por presiones de su socio y que, lógicamente, quedó bastante descontento con el resultado. Ya a finales de los sesenta, adquirió los negativos con la idea de terminar su obra tal y como la había concebido años atrás. Como cambios más significativos, se eliminaron varias escenas (entre ellas el principio y el final), se añadieron otras nuevas y se introdujo la fantástica banda sonora de Wojciech Kilar. El resultado fue Le roi et l'oiseau (1980), una película sustancialmente diferente (y superior) a la primera, con casi veinte minutos más de metraje. Ni que decir tiene que en el apartado técnico la producción salió ganado (exceptuando la escena del foso de los leones, que es un auténtico descalabro). Bien, una vez hecha la aclaración, vamos al meollo de la cuestión.
Jeannot l´intrépide (1950)
Desde un principio, la intención de Paul Grimault iba mucho más allá de hacer una simple película, pretendía crear una obra de arte que perdurase en el tiempo y fuera admirada por todos. Lo cierto es que resulta bastante difícil encontrar un largometraje de animación con un planteamiento tan audaz y tan acertado como Le roi et l´oiseau . Lo primero que sorprende a los menos avezados es el contraste, no demasiado evidente en un principio, entre la envoltura clásica del film y la frescura y el atrevimiento de su desarrollo. Su modernidad no sólo radica en su tema central (al fin y al cabo, estamos ante una parodia del poder y de la tiranía), sino en una rara conjunción de elementos que funcionan a diferentes niveles y que articulan el singular armazón de esta obra. En primer lugar, la arquitectura: el reino de “Taquicardia” está edificado sobre una compleja amalgama de estilos arquitectónicos: la acción se sucede a lo largo y ancho de escalinatas, fosos, pasillos, torreones, canales, salas, puentes...
Todas las posibilidades se alternan y se mezclan en algún momento de la historia, desde el palacio real, auténtica babel arquitectónica y monumento a la megalomanía del rey, abigarrado de columnas, frisos, cúpulas, estatuas, cuadros y de infinitas estancias, un edificio que contiene todo el mundo (incluido un zoo y un museo) y que se alza hasta rasgar el cielo, coronado por una habitación secreta a la que sólo el rey puede acceder a través de su ascensor privado, hasta las oscuras escalinatas que conducen a la ciudad subterránea de edificios semiderruidos donde el sol y los pájaros no son más que una leyenda (literalmente). La arquitectura, o tal vez habría que decir el arte, ya que no podemos olvidar los cuadros, retratos del rey en su mayoría, que decoran las salas del palacio, o las numerosas esculturas y estatuas que representan al monarca en las más variopintas situaciones, distribuidas a lo largo y ancho del reino; la arquitectura, decía, es un personaje más de la historia, silencioso pero omnipresente, y una extensión del mismo rey (que no deja de ser una marioneta del poder, un simple recipiente, hasta el punto de ser sustituido por uno de sus retratos que cobra vida y toma su lugar sin que nadie advierta el cambio), especialmente durante la primera parte, que se desarrolla en el palacio; su desmesura y su monstruoso desequilibrio son un fiel testimonio de un poder que desborda y sobrepasa a todo aquel que intenta poseerlo, la encarnación de una poderosa maquinaria anónima de control y de dominio. Su complejidad, su infinidad, la imposibilidad de abarcarlo y de domesticarlo se materializa en un edifico del que nunca llegamos a ver su totalidad, y que nos pierde en el laberinto de sus intestinos interminables. En este sentido, también es destacable la cara más cómica y domesticable de lo anterior, perfectamente resumida en la escena del retrato, en la que el pintor que realiza el enésimo retrato del tirano es condenado por reflejar el estrabismo del monarca, particularidad física que no aparece en las demás obras de su vasta colección; ya se ha señalado, estamos ente una parodia del poder desmedido y de sus consecuencias.
El segundo aspecto a destacar es la dimensión poética del guión, en el que se discierne sin mucho esfuerzo una doble tendencia hacia lirismo y hacia lo lúdico. No es ésta, evidentemente, una clasificación precisa, sino más bien una enumeración de constantes que alternan su intensidad. Tal vez el mayor triunfo de Le roi et l´oiseau radique en su maestría al engarzar pequeñas situaciones poéticas (en tanto que líricas, o lúdicas, o irreales) a modo de pequeños cuadros o episodios dentro del marco más amplio de una narración clásica (el argumento se reduce prácticamente a una anécdota) sin que el ritmo narrativo se resienta un ápice con lagunas de quietud o puntos muertos (más bien asesinados por) a causa de ese ardor poético. Hay muchas obras que padecen de este mal de ambiciones, es fácil perder de vista el horizonte si uno solamente se concentra en el estudio de los recovecos del camino, My beutiful girl Mari, Le libre de sable o The place promised in our early days son algunos buenos ejemplos de esto, se requiere una maestría a prueba de bombas para integrar el lirismo plácido y quebrado en la épica más vertiginosa, tal y como hace Miyazaki, y de paso, plasmar lo sublime sin caer en la sensiblería (“cheesy”): Michael Dudok de Wit, Frédéric Back...
La escenas de rara belleza y de humor subversivo se multiplican a lo largo de la historia. Entre las primeras, la del músico ciego que amansa a las fieras con su organillo o aquella otra en la que las palomas acuden en bandada para ocultar a los protagonistas del rey y sus secuaces; entre las segundas, el pequeño escenario que se abre en el pecho del robot y da lugar a una orquesta que interpreta la marcha nupcial, aquella en la que el pájaro se comunica con los leones en su propia lengua (mediante rugidos; por cierto, escena que sólo aparece en la versión de los 50, ¡error!) y la inolvidable escena en la que los leones, encabezados por el pájaro y al son del organillo del músico, abandonan el foso y recorren la ciudad subterránea ante el asombro y la algarabía de sus habitantes, que creen que los felinos no son otra cosa que pájaros (ya que es el único animal del que han oído hablar). Dicho esto, es necesario apuntar que la poesía no sólo nace de situaciones como las que ya se han señalado, sino también de otros aspectos, ya sea el tema central de Wojciech Kilar, que dota a aquellas escenas a las que acompaña de ese tono nostálgico (Lo bello y lo triste) que a muchos puede remitir al estilo de Miyazaki; los numerosos ingenios mecánicos, sorprendentes y cómicos, articulaciones del poder absurdo, como los vehículos acuáticos que montan y el rey y los policías durante la persecución a través de los canales, el trono real que se convierte en un coche de tope/ choque con sólo pulsar un botón (otra manifestación del poder, el tirano impone sus castigos mediante un botón o una cuerda que, oportunamente situados al alcance de su mano, abre una trampilla en el suelo por la que se pierde el infeliz) o el magnífico robot, penacho incluido que, nuevamente, hacen pensar vagamente en los ingenios mecánicos del doctor Moriarty (¡Ja, je, ji, jo, ju!). Tampoco perdamos de vista la arquitectura de los decorados o las apariciones de los esbirros reales, especialmente los que salen de la jaula durante la huida, imagen cómica y grotesca, de gran impacto visual.
A la luz de los expuesto, y teniendo en cuenta que la película fue concebida originalmente en la década de los cincuenta, resulta muy difícil encontrar un referente, una propuesta de tal envergadura y atrevimiento en la animación, pues aunque no cabe duda de que obras como Blancanieves, Die Abenteuer des Prinzen Achmed o Le roman de Renard fueron pioneras, cada una a su manera, no es menos cierto que lo fueron en términos fundamentalmente técnicos (especialmente las dos últimas); la novedad de Le roi et l´oiseau estriba en su manera de acometer la narración en un largometraje animado (porque no hay nada más vanguardista que Gertie the dinosaur (1914) de Winsor Mccay, incluso podríamos irnos al trabajo de Cohl o Balckton; el cortometraje siempre ha ido por delante en esto de la animación). Para buscar posibles paralelismos, tendríamos que acudir al cine de Coucteau, y es que resulta imposible no pensar en La Belle et la bête (1946) tras ver la obra de Grimault.
Le roi et l´oiseau es, ya se ha dicho, una sátira del poder y todo cuanto lo rodea. En este sentido la película es bastante sencilla y frontal, casi maniquea, algo notorio si tenemos en cuenta la sofisticación de la que hace gala a la hora de plasmar esta idea. La primera parte de la obra es un reflejo de las consecuencias de la concentración de una cantidad de poder excesiva en manos de una sola persona, el tirano; queda patente en el palacio, del que ya hemos hablado, en la maquinaria represiva (botones/ palancas/ esbirros), el uso propagandístico y ególatra del arte, prostituido y falseado (reducido a la producción en cadena), la adulación incondicional de cuantos rodean al tirano, o los crueles pasatiempos de éste (como la caza del pajarito al principio de la historia). Después, podríamos hablar de una consecuencia más brutal que no es otra que la situación del pueblo oprimido que padece los excesos del rey, los habitantes de la ciudad subterránea, en este caso. Un poco más allá, podríamos conjeturar con el hecho de que tal vez el único artista/ poeta auténtico (o lo más cercano) que parece sea el músico ciego, una suerte de Homero que cuenta historias de la superficie a unos hombres y mujeres para quienes el cielo, el sol y los pájaros no son más que una leyenda, y a partir de aquí elucubrar con el papel arte popular, de las clases bajas, y dejarnos llevar, y llevar... No dejan de ser interpretaciones innecesarias, la película no esconde su mensaje, su vocación de diatriba feroz contra la tiranía que se muestra inequívoca cuando el robot, hasta entonces instrumento de castigo del rey, se vuelve contra él y destruye el palacio y, con él, todo lo que representa. La película concluye con un gesto inequívoco, en sintonía con su naturaleza poética, que resultaría obsceno en cuanto que evidente y fácil en otro contexto, pero que aquí culmina y epitomiza todo un discurso: el robot libera a un pajarillo atrapado en una de las jaulas-trampa del rey que ya aparecen en la escena inicial de la historia e, inmediatamente, con su puño fuertemente cerrado, la hace añicos; un gesto poderoso, sencillo e inequívoco.
Me gustaría dedicar unas líneas a los personajes. Empecemos por el diseño, por un lado tenemos a la pastorcilla y el deshollinador, que lucen un aspecto estilizado y hermoso, realista (hay que tener mucho cuidado con esa palabra en ese contexto); después tenemos a los esbirros, al pájaro y, por ende, al resto de los animales que aparecen, que presentan un aspecto más cómico, caricaturesco, en la línea del cartoon clásico americano, y que contrastan fuertemente con los primeros (aunque en realidad esto no sea nada nuevo, es una constante en la animación: Los viajes de Gulliver, Blancanieves, Fantasía... y casi toda obra de ficción tragicómica, sería fácil encontrar un referente en nuestro teatro clásico en la pareja formada por el héroe y su acompañante, el contrapunto de todo lo que aquél representa). Por último, el rey y algunos otros personajes como el músico, aún siendo su aspecto cómico, es imposible no reparar en el hecho de que el grado de definición y de detalle de sus rostros es superior al de los demás, hasta el punto de hacer pensar en una hipotética caricatura de un personaje real (¿?). En cuanto al peso que cada uno tiene en la historia, lo cierto es que tanto la pastorcilla como el deshollinador son personajes más bien huecos, planos, que pasean su bello envoltorio a lo largo y ancho de todo el reino cual liebres (en una carrera de atletismo, sentiende); su papel no es otro que el de ser los desencadenantes de la acción, los perseguidos. Sus perseguidores, los policías, no entran dentro de la categoría de personaje, no al menos a título individual, sería fácil decir que todos son una misma persona, o que todos representan una mismo concepto: los mecanismos de represión y/ o contención del poder, numerosos y variados, como ellos mismos: los hay que corren, que pilotan vehículos, que se camuflan en las paredes, o incluso que pueden volar con alas de murciélago. Respecto al pájaro (¿un cuervo hormonado?) que da título a la película, haces las veces de narrador al inicio y es el protagonista encubierto junto con el rey; no sólo es el único que se burla y desafía continuamente la autoridad de éste, sino que además proporciona la huida a la pareja, le salva la vida al deshollinador en el foso de los leones y destruye el palacio real al mando del robot; todo una crack. Del rey ya se ha hablado sobradamente, su figura es ridícula: su expresión, sus ademanes, su manera de caminar, de hablar, su rebuscada solemnidad... Rodeado siempre de aduladores que ignoran sus defectos e inventan sus virtudes, todo ello en un mundo que gira en torno a él, hecho su medida, a su imagen y semejanza, una caricatura a la altura de El gran dictador.
No me gustaría terminar la reseña sin dejar de comentar algo. He aludido en un par de ocasiones a la conexión Grimault-Miyazaki, y la verdad es que el comentario no es gratuito. Hay quien ha señalado que el robot que aparece en la película bien podría ser un antecedente de los de Lapüta, y que el castillo del rey guarda bastante semejanzas con el que aparece en El castillo de Cagliostro, a lo que yo añadiría que también se pueden encontrar algunas reminiscencias arquitectónicas en El gato con botas (en la que participó Miyazaki) y El lago de los cisnes, ambas de la Toei. Lo cierto es que el cine de animación de los cincuenta es la principal influencia de Miyazaki. Hay quien concreta más y nombra Hakuja den (1958), primer largo de animación a color de Japón, cortesía de Toei, y La reina de las nieves (1957) (rusa, dirigida por Lev Amatov) como los dos títulos que más le marcaron. En una entrevista publicada en el catálogo del I Salón del manga, del anime y del videojuego (1995, por si alguien no se acuerda), Miyazaki nombra La reina de las nieves y, junto a ella, La bergère et le ramoneur, cuyo autor también trae a colación ("Paul Grimoor" en la transcripción, fallo lógico, el traductor no conocía al cineasta francés y Miyazaki lo pronunciaría a la japonesa: “Grimoru”). Lógicamente, nuestro nipón favorito vio la versión de los cincuenta, la original y, por tanto, la más floja. Además, por si quedaba alguna duda, en la carátula de la edición francesa de Le roi et l´oiseau ya se encargan de señalar que ha influido en Miyazaki; blanco y en botella.
Primera y tercera iméganes, Le roi et l´oiseau; segunda y cuarta, Lapüta y el Castillo de Cagliostro
Puntuación: 7 tomates y 9 muelas picadas.
Ediciones: podeis encontrar una edición americana de La bergère et le ramoneur bajo el título de The curious adventures of Mr. Wonderbird, es una edición barata pero bastante penca editada por Cartoon Craze (que también han editado púnicamente Panda and the Magic Serpent); sólo recomendable para eruditos y gente sin amigos o con ganas de aburrirse. Le roi et l´oisseau está disponible en una edición china con subtítulos en inglés y, faltaría más, en una doble edición francesa, simple y especial, ésta última, casi agotada, contiene también La table tornante, una película homenaje a Paul Grimault dirigida por Jacques Demy que recopila los cortos más importantes del primero. Es un poco cara, pero si tenéis pelas merece mucho la pena. El único posible “pero” (para mí, al menos) es que sólo contamos con el audio en francés sin subtítulos en otros idiomas ni nada parecido, pero bueno, la edición es bastante buena y es la única que hay. Pues eso, consulten sus bolsillos.
PD: Jan Lenica...